Jacob era un hombre que en su interior cargaba miedo, se sentía vacío, no tenía paz y por más conquistas que obtuvo no era feliz.
“Y se levantó aquella noche, y tomó sus dos mujeres, y sus dos siervas, y sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices.” Gn. 32:22-26.
Para ese entonces Jacob tenía todo lo que humanamente hablando un hombre podía desear, pero aún le faltaba la mayor transformación, la interior, definir su relación con Dios.
Él estaba en una posición de: “no me soporto más como soy, ni quien soy”, Jacob había llegado al límite, él necesitaba tanto sentirse bien consigo mismo y esto sólo podría ser posible tras su encuentro con Dios, por esto luchó con el Ángel toda la noche y no estaba dispuesto a dejarlo ir sin que antes lo bendiga.
En los días de hoy la situación de Jacob es vivida por muchos, que teniendo todo o nada, viven sintiendo que algo desconocido les hace falta para sentirse completos y verdaderamente felices.
“Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma.” Gn. 32:27-30.
Amigo lector, Jacob tuvo la increíble experiencia de ver a Dios cara a cara y esto sólo sucedió cuando luchó con Él, en los días de hoy también lo debe hacer quien desee tener una nueva identidad y consecuentemente una nueva vida.
Luchar con Dios es la garantía de la verdadera felicidad.
Muchos luchan con sus propias fuerzas y no han conseguido la felicidad, pero quien lucha con Dios nunca más estará solo.