«Después de un robo, nuestra empresa entró en crisis, los compromisos se convirtieron en deudas. Teníamos cheques rebotados, protestados y denuncias por parte de los empleados. Perdimos el crédito hasta en la tienda del barrio. Mi madre ya era de la Universal y siempre nos invitaba a la iglesia, pero siempre me negaba. Incluso estando en una situación vergonzosa y lamentable, sólo quería saber de fiestas y amigos. Pero cuando cambié mi clase social, los amigos desaparecieron como por arte de magia.
Hasta que un día, no soporté más esa situación, le pedí a mi madre que me llevara a la iglesia. −Era un lunes−. Siguiendo la orientación que recibí allí, cancelamos todas las deudas y, día a día, nuestra vida financiera fue cambiando.
Hoy tenemos una empresa sólida, una gran casa y autos. Últimamente cerramos dos grandes contratos, por un valor de casi 1 millón de dólares.”