Ya en la tierra de Canaán, habiendo poseído la leche y la miel, Josué llamó al pueblo de Israel y dejó en claro que Dios había luchado por ellos. Aunque todavía faltaran algunos enemigos a ser derrotados, él dijo también que esos enemigos serían vencidos tal como los otros lo fueron. Y la condición para que eso sucediera era que el pueblo se mantuviese siendo siervo de Dios.
Vencer a esos enemigos exigiría esfuerzo, pero guardar la Palabra de Dios, al punto de no desviarse hacia la derecha ni a la izquierda, exigiría un esfuerzo aún mayor. ¿Qué esfuerzo se hace para oír la Palabra de Dios? Ninguno. Sin embargo, para ponerla en práctica no basta esfuerzo, sino mucho esfuerzo.
Esforzaos, pues, mucho en guardar y hacer todo lo que está escrito en el Libro de la Ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a diestra ni a siniestra. Josué 23:6
No todas las personas de la tierra de Canaán murieron, y con certeza pensaron: "Si este pueblo venció a nuestros mayores guerreros, nosotros ciertamente seremos vencidos", y por eso se rindieron. El cuidado de Josué era para que el pueblo de Israel no se mezclara con esa gente, para que no fuese corrompido, porque ellos tenían otros dioses. Lo mismo sucede hoy, vivimos por la fe y, la mayoría de las veces, en nuestro día a día, en ambientes corrompidos. Incluso porque, la persona pasa una hora y media en la iglesia, y veintidós horas y media fuera de la iglesia, eso cuando va a la iglesia. E incluso en la iglesia, no podemos pensar que estamos libres de personas incrédulas que dicen ciertas cosas, como por ejemplo: "no es tan así…"
Observe la visión de Josué en este versículo: Guardad, pues, con diligencia vuestras almas, para que améis al SEÑOR vuestro Dios. Josué 23:11
Él le pide al pueblo empeño, no para guardar la leche y la miel, sino para guardar el alma. Pero, ¿cómo guardarla? Blindando la fe, ya que es un tesoro. Josué hacía campañas para llevar a las personas a la Tierra Prometida, pero su preocupación era por la salvación de sus almas.