Recuerdo que en la otra denominación de la cual yo era miembro, la mayoría de las personas tenía un buen poder adquisitivo, y, aun así, en el momento de la ofrenda lo máximo que se veía era a las personas llevando un billete de $5. Generalmente era un tintinar de monedas cayendo en el arca de la ofrenda y nadie lo cuestionaba, ningún pastor lo explicaba.
Algunos más generosos llevaban sus ofrendas misioneras en sobres, en los cuales teníamos que colocar el nombre, la dirección y el valor, así como en los sobres de diezmo. Poco antes de que yo saliera, inventaron una nueva estrategia para "estimular" la contribución: mandaban informes mensuales por correo, diciendo cuánto usted había dado de diezmo, cuánto había dado de ofrenda misionera… Cuando vi eso, me pareció tan ridículo que dejé de poner mi nombre en los sobres.
Esta experiencia tuvo dos impactos cuando llegué a la Universal. Primero, me puse súper feliz al ver que no había un lugar donde poner el nombre en el sobre, nadie fiscalizaba quién estaba dando o no ofrenda o diezmo, ni cuánto estaba dando, era algo entre la persona y Dios. Sin embargo, quedé un poco asustada por la facilidad con la que las personas hacían ofrendas que yo consideraba altas. ¡Personas levantándose felices con un billete de diez, de veinte, de cincuenta! ¿Y cuando el pastor, para que no vinieran todos a la vez, llamaba por el valor de la ofrenda? La ofrenda que en la otra iglesia daban los ricos, allí era una de las menores, que las personas de poco poder adquisitivo colocaban en el altar. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué esas personas iban tan felices a ofrendar?
Nunca critiqué el hecho de que los pastores de la Universal pidieran ofrendas, aun cuando estaba en la otra denominación. Mi madre era de la Universal y me acuerdo de haberles dicho esto a varios compañeros que cuestionaban: "Yo veo hacia donde van las ofrendas de mi madre en la Universal, ellos viven construyendo iglesias, y para construirlas y mantenerlas no debe ser nada barato. Eso sin contar la radio, la TV y otras cosas. Pero las que yo doy en mi iglesia, ¡no tengo ni idea de adónde van a parar! (El templo nuevo de mi antigua iglesia tardó unos veinte años para estar listo.)
Mi corazón latía fuerte durante el momento de la ofrenda, porque no me sentía tan bien y tan a gusto en ese momento. En la otra iglesia era fácil – y barato – simular ser una súper creyente. Allí en la Universal mi hipocresía gritaba mi nombre cuando yo sentía que no quería renunciar al billete de mayor valor que había en mi cartera. Era como si mi máscara se hubiese caído. Solo veía mi desnudez allí, pero esta me agredía. Quien me agredía no era el pastor pidiendo ofrenda, era el hecho de tener que admitir que no quería dar. Y que no quería dar porque quería gastarlo en mí, porque yo era más importante.
Realmente hace la diferencia aprender que el valor de la ofrenda está muy por encima del valor económico. Jesús enseñó eso cuando vio a la viuda pobre entregar su ofrenda. Eran dos monedas, pero era todo su sustento, aquello representaba más que simplemente dinero, representaba su confianza en Dios y su consideración hacia Él. No sirve dar un valor muy alto de ofrenda solo para aparecer, como los hipócritas hacían en el tiempo de Jesús, ni dar poco para simular humildad, como muchos hipócritas hacen hoy. Dios ve más allá del valor de lo que usted trae al Altar, Él ve lo que está en su corazón.
Hoy entiendo cuando el Obispo dice que la ofrenda Le muestra a Dios lo que está dentro del ofrendante. Mi ofrenda me representaba. Era el resto. Yo daba lo que no me iba a hacer falta, casi una limosna, porque no entendía. A partir del momento en que Dios realmente Se convirtió en el primero en mi vida y yo aprendí a confiar, mi actitud en relación a la ofrenda cambió, y vi el resultado práctico en mi vida, en absolutamente todos los sentidos.
Aprender el verdadero sentido de la ofrenda me hizo más generosa en otras áreas, también. No lo pienso dos veces antes de ayudar a alguien cuando puedo, aunque necesite esforzarme para eso. No tengo dificultades en comprar un libro para donar, en donar ropa, alimento, tiempo…
Usted logra esforzarse para los cambios necesarios, para ser un referente del Reino de Dios en este mundo. Usted se desprende de sí mismo y de la confianza en sus propios recursos y aprende a confiar en Dios de verdad.
Cuando su vida está en el Altar y usted es la propia ofrenda, sus prioridades se invierten. Su ombligo ya no es el centro de su universo. Usted aprende lo que es, en la práctica, amar a Dios por sobre todas las cosas.
Pero la ofrenda no es solo dinero. La ofrenda es todo lo que usted hace. Cuando aprende a dedicar su vida por esta Causa mayor, comienza a vivir en otro nivel.