El sábado a la noche es cuando normalmente dejo todo a un costado y busco mi momento de silencio aquí, en mi habitación, para escribir. Pienso en todo lo que vivo y les transmito mi esencia, como estoy haciendo ahora.
Hoy, cuando almorzaba, yo observaba a otras familias que estaban cerca de nosotros. Además, es una de mis características, el hecho de observar mucho. Desarrollé ese hábito en mi infancia por la necesidad que tenía de ser aceptada. Estaba siempre atenta a los demás y así yo lograba ayudar en lo que la persona realmente necesitaba.
Me llevó décadas poder entender eso. Yo observaba tanto afuera, pero era ciega cuando se trataba de autoanalizarme por dentro.
La intención que tengo ahora es completamente diferente. Cuando observo a mi alrededor, la ayuda que quiero proporcionar no viene acompañada de un sentimiento egoísta, para una necesidad que queda muy disfrazada en el fondo de su corazón manipulándola.
Volvamos para el tema del almuerzo. Cuando por un momento yo saqué mi atención de mis seres queridos, me encontré con algunas miradas disfrazadas que cuando se encontraban con mis ojos se desviaban o se quedaban tímidos. Sí, ellos nos observaban con mucha curiosidad. No somos extravagantes, pero imagino que las sonrisas, el diálogo, las fotos en familia, el cariño y principalmente la naturalidad con la que nos tratábamos unos a otros despertó el interés en ellos. Simplemente, somos nosotros mismos; pero eso se hizo algo difícil de encontrar incluso en las familias.
Cuando regresé a mi casa, me acordé de algo que había sucedido hace 17 años atrás. Fue el primer momento que me acerqué a un Altar y hablé con Dios. Solamente le hice un pedido: “Quiero ser feliz”.
Llorando mucho (sí, eso dolió) entregué lo que yo consideraba más importante: mi esposo. A partir de ahí, mi felicidad ya no estaba más condicionada a él. Mi intención ya no era tenerlo para mí, como un trofeo, para sentirme amada, satisfacerme, darme atención y vivir solamente para mí. Después de aquel día, cuando yo lo miraba, me acordaba de aquella entrega y de que él ahora pertenecía a Dios. Mi visión, pensamientos y actitudes en relación a él cambiaron completamente. Ahora había un temor al tratar o querer sacar provecho de algo que era propiedad de Dios. ¡Imagínese! Algunos meses después, yo vi a mi esposo subiendo en aquel mismo Altar en el que yo lo había entregado. En ese mismo momento, era él quién se entregaba a Dios.
Disculpe que alargué la historia, pero hoy todo eso volvió a mi mente. Hoy, puedo disfrutar en familia, que no es perfecta, pero que fue formada en unidad y que nos hace mejores todos los días.
Aquel pedido hecho en el Altar fue respondido -yo soy muy feliz- también tengo paz, confianza, dirección, me amo y soy amada.
Hoy, vivo en ese mismo Altar, en una entrega constante de mi todo, no teniendo nada; pero estando muy completa.
Usted ha pedido, luchado, sufrido por su familia, por sus hijos. Quiere realizar sus sueños, pero no vio ningún resultado. Deje por un instante de mirar para ellos y analícese. Pregúntese cuál es su intención en aquello por lo que usted ha luchado.
Si existe una inclinación para solamente lo que usted quiere, difícilmente podrá experimentar esa realización que es duradera.
Usted incluso puede hacer un pedido correcto, pero si es con la finalidad equivocada; se reducirá apenas a una codicia (alguien que persigue su propio deseo). Ese deseo, usted ya sabe, no dura más que unos pocos segundos.
El objetivo correcto, en el plan original, siempre fue hacer de nosotros una referencia de bien para todas las familias de la tierra. Aquello que nace de usted, no muere solo en usted sino que se esparce. Esa es la justa intención.