Mi nombre es Letícia Del Rio, tengo 26 años. Vengo de una familia evangélica y fui criada dentro de una iglesia. Siempre tuve muchas ganas de conocer a Dios, pero nunca Lo había conocido en realidad.
Cuando era niña veía bultos, me sentía mal, tenía mucho miedo. Desde pequeña le preguntaba a mi mamá por qué no había nacido varón.
A los 14 años, fui bautizada en la denominación que frecuentaba. Todos me veían como un ejemplo, pues era una niña callada, tranquila y realmente quería conocer a Dios, pero no tenía ninguna dirección – dentro mío existía un vacío inmenso.
Sin embargo, me dejé influenciar por nuevas amistades y, en poco tiempo, me convertí en una joven rebelde, comencé a tomar y a fumar también. Me puse de novia con un muchacho muy celoso, que llegó a agredirme físicamente. Ese fue el punto final para mí, fue lo que faltaba para que una semilla del pasado floreciera: empecé a frecuentar discotecas alternativas, donde me involucraba con mujeres y me sumergía aún más en bebidas y drogas.
Mi vida comenzó a ser una locura, hacía lo que se me ocurría, sin medir las consecuencias, sin pensar en nada ni en nadie. Tenía un novio tras otro, estaba con muchas muchachas y, a veces, incluso con muchachos "drag queens". Pensaba que tenía mucho éxito, pero mi vida era lo que se estaba destruyendo. Trabajaba mucho, pero todo lo que ganaba lo gastaba en discotecas, mujeres, bebidas y drogas.
Pensé que mudándome de ciudad lograría transformar mi vida, entonces una amiga y yo fuimos a Florianópolis (SC) con el objetivo de recomenzar. La ciudad cambió, el estado cambió, pero los problemas todavía eran los mismos.
Más droga, más bebida, más mentira, más locura.
Volví a Sorocaba, San Pablo, y tuve dos principios de sobredosis. Era alcohólica y tomaba prácticamente todos los días, ya no tenía más control. Dejé de consumir cocaína por miedo a morir, pero empecé a fumar marihuana para dormir, porque solo así no tenía pesadillas horribles. Sin embargo, yo no era adicta solamente al alcohol o a las drogas, sino también a las personas.
En fin, mi fondo del pozo vino cuando me involucré con el sadomasoquismo.
Fui a vivir con una muchacha y vivimos un infierno. Un día, ella misma me dijo que estaba todo mal. Al principio me resistí, decía que dejaba todo, que dejaba cualquier cosa, pero que nunca iban a dejar de gustarme las mujeres, porque pensaba que había nacido así.
Participé de varios Días del Orgullo Gay, defendía con uñas y dientes la homosexualidad, llegué incluso a ir a una protesta en Brasilia, para reivindicar los derechos. Pero finalmente cedí.
Fue así, en esa situación, que un domingo del mes de febrero del 2012, a las 7 de la mañana, llegué a la Universal. Ni siquiera yo misma creía en mí. Hablé con el pastor, lloré, y él me dijo que a partir de ese día compraba mi pelea, entonces decidí entregarme con todas las fuerzas a Dios. Era todo lo que siempre quise: una nueva chance.
Lo que me parecía imposible, Dios lo hizo posible. Pasé por un proceso de liberación, y los obreros y pastores cuidaron de mí hasta que tuve mi encuentro con Dios.
Además de ser ayudada y muy bien recibida, fue en la Fuerza Joven Universal que vi la posibilidad de transmitir lo que Dios hizo en mi vida y poder ayudar a otros jóvenes que se encuentran perdidos y descreídos de sí.
Soy feliz, nací de nuevo y soy una mujer de Dios, pues alguien creyó en mí.