¿A quien no le encanta una buena historia? Ellas tienen el poder de hacernos ir lejos y entrar en la esencia de los hechos. Abarcan personas de todas las edades, culturas y clases sociales por su fácil entendimiento.
Mi historia preferida es la del Hijo Pródigo, cuyo autor, el Señor Jesús, hacia uso de ellas para enseñar.
Aprendemos mucho en esa narrativa, pero hoy quiero resaltar el momento que el hijo reconoció su error y como logró levantarse.
Aquel joven fue tremendamente ingrato con su padre. Desconsideró todo lo que recibió y pisó en su amor.
Exigió su parte en la herencia, que aún ni tenia derecho, y se fue sin dejar pistas.
Gastó todo en juergas, con amigos, mujeres, hasta ser abandonado por todos. Sin dinero y sin amigos, la ilusión se acabó. Solo le restó cuidar a los cerdos para alimentarse.
Mientras tenía bienes no veía lo cuanto estaba equivocado. Concluimos que los lugares de los cerdos – el fondo del pozo – tiene sus ventajas.
Llevó algún tiempo, pero un día, él cayó en si y percibió la gravedad de sus hechos. Reflexionó, oyó su consciencia, fue humilde y decidió cambiar.
Nadie logra hacer con que la persona vea y se arrepienta, si uno no entiende convirtiéndose los consejos en vanos .
El hijo regresó cabizbajo y aniquilado por la desobediencia. Sintió el peso de la vergüenza y la injusticia. Sabia que nada podría ser igual. “¡Recíbeme y trátame apenas como un simple trabajador en tu casa, eso es suficiente!” – dijo el hijo al padre.
Hemos visto una “modernidad espiritual” donde los pecados y los errores ya no son tan graves. Pueden ser solucionados con una simple disculpa y automáticamente quieren que todo sea olvidado. Las Escrituras enseñan que arrepentimiento es acompañado de señales como: quebrantamiento, ayuno, llanto, luto. Hoy fue sustituido por corazones indiferentes – y – casi artificiales ojos muy secos . (No me refiero a las lágrimas demuestran arrepentimiento, pero es difícil ver un arrepentido no derramar lágrimas).
Vemos personas que dejan una estela de errores y disgustos, y ni se ponen coloradas. Son capaces de pedir un millón de disculpas y hacer promesas, que no alteran en nada su interior y exterior – todo sigue igual.
El pedido de disculpas se encaja perfectamente cuando usted sin querer pisa en el pie o toca en alguien, comete un equívoco… Es una colocación que sirve para pequeños pesares, del tipo: “¡No quería hacer eso, pero aconteció”!
Pero, el pedido de perdón es algo profundo, sin justificativas o excusas sin sentido. Quien está verdaderamente arrepentido, sabe que falló y no culpa a los demás. No huye de las consecuencias de su error. Se siente aplastado por la tristeza que lo empuja a confesar y lograr ser perdonado.
¿Usted creería en el arrepentimiento del hijo pródigo, si él llegase a su padre, culpando a los amigos que lo influenciaron? ¿Y en Pedro, si justificase su traición en el interrogatorio del las personas?
Hay perdón y oportunidades para los humildes. Los brazos del Padre y una nueva vida estaban a la espera del hijo como recompensa luego de haber reconocido su error.
No se equivoque pidiendo una simple disculpa, minimizando sus errores, cuando la situación exige un pedido de perdón.
¿Usted ya vivió o vio una situación como esa? ¡Cuéntenos!