Nadie desea envejecer, pero cuanto más vivimos, más podemos madurar en la fe y perfeccionar nuestra Salvación al fundamentar nuestra vida en la Palabra. La madurez nos enseña a dar importancia únicamente a lo que realmente es importante. Así, nuestra alma queda más leve y preparada para soportar el peso de la cruz, que son las renuncias que la fe impone.
Otro gran beneficio de la madurez es que nuestra memoria espiritual se vuelve más selectiva, o sea, al detectar que un determinado recuerdo nos hace mal, clicamos más fácilmente el la tecla “borrar” de nuestra mente.
Pero, no siempre el paso del tiempo nos hace bien. Cuando vuelvo la mirada hacia el pasado, más precisamente a la historia cristiana, intento extraer lecciones que me ayuden a no cometer los errores que ellos cometieron y, de esas manera, puedo completar la carrera de la fe.
Éfeso fue una iglesia singular, de amor y obras admirables. En esa iglesia había personas fieles, bautizadas con el Espíritu Santo y muchas demostraciones del poder de Dios. Eso fue fruto del trabajo de excelentes pastores, como Pablo, Timoteo y Juan. Esos hombres eran realmente sinceros, leales y diligentes en el trabajo espiritual.
En aquella época, la iglesia en Éfeso era columna y referencia para el mundo cristiano. Podemos observar el cuidado que Pablo les dio y como era viva su espiritualidad. En contrapartida, cuando pasamos algunas páginas de la Biblia, vemos la caída de esa iglesia en la carta enviada por el Señor Jesús, en el libro de Apocalipsis, reprendiéndola severamente a causa de su enfriamiento en la fe. O sea, ella mantenía la apariencia y las muchas obras, pero el primer amor ya no existía.
Así que cerca de 40 años, que corresponden a casi una generación, fue tiempo suficiente para la espiritualidad de Éfeso ser abandonada en los escombros del tiempo. Y aún recibiendo el precioso consejo del Señor, esa iglesia no se arrepintió, por esa razón desapareció. De ella, nada restó, sino el ejemplo para que podamos aprender: el lugar donde un día hubo una explosión de fe y evangelismo, hoy prácticamente no hay más cristianos.
Pero tuvimos otros grandes ejemplos posteriores, como la Europa protestante, el continente donde la Luz del Evangelio sacó la Iglesia del Señor Jesús de las tinieblas. Países como Suiza, Escocia, Holanda y Alemania tuvieron grandes predicadores, ricos en literatura y una doctrina de fe muy correcta, pero hoy tiene sus habitantes ahogados en el ateísmo.
¡Cuanta tristeza en ver las iglesias históricas en Inglaterra, la cuna del avivamiento, cerrando sus puertas para convertirse en bares, discotecas o museos!
¿Qué decir de Estados Unidos, el modelo de nación cristiana y de valores espirituales, perdiéndose en la apostasía? Los principios tan valiosos, que eran el lema de los pioneros de la nación y formaron la Constitución del país, se vieron socavados por el liberalismo y la secularización de la enseñanza. En otras palabras, Iglesias antes fuertes, hoy reducidas, tropiezan al caminar intentando asimilar los grandes cambios.
La responsabilidad de los que conocen al Señor Jesús y crecen en la fe llevando a otros a conocerlo es muy grande, pues junto a eso viene el peso de ser referencia para los demás hasta el fin de la vida. O sea, en el mundo espiritual, no basta empezar bien en la fe, es necesario terminar bien, así como Pablo lo hizo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” 2 Tm 4:7.
Parece contradictorio mirar al retrovisor de la historia cristiana para avanzar, pero veo eso como algo fundamental. Reparar donde hubo el desvío y ver en que momento la fe fue dejada a un lado para no correr el riesgo de cometer los mismos errores.
Quizá usted pueda pensar que esa gran responsabilidad con la Iglesia del Señor Jesús en este mundo no sea suya, pero usted es más “responsable” de lo que pueda imaginar. La iglesia se hace por cada miembro del Cuerpo de Cristo que toma su fe y compromiso para atestiguar la transformación que el Evangelio produce en el alma humana. Somos como grandes árboles frondosos y frutales. Bajo nuestra sombra viene creciendo otros pequeños árboles, aún frágiles, que pueden recibir de nosotros el apoyo necesario para el desarrollo, si seguimos con salud espiritual para ayudarlos.
Sin embargo, si usted ha estado débil espiritualmente y ya no tiene fuerzas para orar, leer la Biblia o sacrificar sus voluntades, pienso que entró en el camino del enfriamiento e, inevitablemente llevará a otros a ese mismo camino.
Si usted no reacciona rápido, podrá futuramente, hacer parte de los millones de personas desviadas del Redil Divino. Cuando nos cuidamos espiritualmente, cuidamos de no ensuciar el corazón de los que comparten de la misma fe, cuando atentamos para mantener nuestro buen testimonio en este mundo, estamos pensando en el futuro de la Iglesia.
Pero esa preocupación solamente está en aquellos que tienen un compromiso verdadero con Aquel que lo salvó.
¿Qué estamos haciendo por el futuro del Evangelio en este mundo?