LA PERSONA INDIGNADA no es como una persona resignada, que acepta todo como normal, por el contrario ella no acepta la opresión de los problemas, pues ve claramente lo que otros no ven o no quieren ver. Fue así también con Moisés:
“En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos. Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena.” Éxodo 2:11 – 12
Moisés vivió 40 años en el palacio del faraón, disfrutando de lo mejor de todo lo que había en la época. Pero cuando salió de su lugar confortable y fue a ver la situación de su pueblo, la opresión y la injusticia con que eran tratados, inmediatamente se indignó.
Muchas personas están acomodadas con su condición actual, porque realmente nunca prestaron atención a sus cargas. Piensan que el sufrimiento es normal.
Moisés conocía una vida mucho mejor como hijo de la hija del faraón, sin embargo él renunció a todo eso, y no aceptó la condición en que vio a su pueblo. Tenemos que mirar siempre para la vida que Dios nos ha prometido y no para la que estamos sometidos.
El mundo está sometido a una pandemia, esto es algo que nunca se vivió, fue algo inesperado que dejó a todos sin reacción, sin saber qué hacer no sólo delante de la amenaza de contagio, sino también por el hecho de someterse al aislamiento, distanciamiento, toque de queda, en fin. Sin embargo, aquellos que son indignados, aun obedeciendo todas las recomendaciones, no aceptan la opresión de la pandemia, no aceptan ser el blanco de este mal, y por eso acuden a Dios, a Sus promesas y Su dirección. Aún en medio de la escasez buscan en Dios una idea, para pasar por encima de esta plaga, que no es mayor que nuestro Dios. No están de brazos cruzados esperando que todo pase. Esa es la actitud de los indignados.
Moisés no conocía a Dios, por eso quiso hacer justicia con las propias manos, y acabó prolongando el sufrimiento del pueblo (y de él mismo) por más de 40 años. Pero aquella indignación que sintió fue una de las cualidades que Dios vio en él para, más tarde, usarlo para liberar a Su pueblo.
La indignación de la fe viene de conocer la voluntad de Dios y compararla a la realidad en que vivimos. Si nuestra vida es todo lo contrario a lo que Dios promete en su Palabra, tenemos motivos para indignarnos contra nuestra situación y cobrar de Dios el cumplimento de lo que está escrito.