Por más que lo intentes, no puedes explicar con exactitud el amor que sientes por alguien. Aunque la persona tenga sus defectos y no sea “la mejor del mundo”, tu amor por ella no cambia. Es una idea, una convicción tan íntima y personal que ni siquiera la opinión ajena puede interferir en lo que tú sientes.
Así también es la fe. Cuando tienes una plena seguridad de que algo sucederá, como Abraham, nada ni nadie puede quitar eso de tu interior. Tú no cuestionas, no tienes miedo. Al contrario: simplemente crees y te entregas completamente a esa creencia.