Es tener a Dios ocupando el 100% de nuestros cuerpo, alma y mente, es vivir inmerso en el Espíritu de Dios. Este bautismo impacta toda nuestra vida; nos cambia por dentro; transforma nuestra mente, carácter y temperamento; pasamos a tener la imagen de Dios, así como Sus objetivos.
“Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia… y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos… diciendo: Este es el gran poder de Dios… Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito. Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo:
Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón”. Hechos 8:9-22
La historia de Simón el mago nos enseña muchas cosas, entre ellas que nuestra entrega debe ser completa y sincera; sin segundas intenciones, de ser así la vieja naturaleza muere, sólo entonces la persona queda apta para recibir el bautismo con el Espíritu Santo y servirlo.
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