Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión es la principal causa de problemas de salud y discapacidad en todo el mundo.
La depresión es la enfermedad psiquiátrica más frecuente. Cerca del 20% de las personas padecen a lo largo de su vida una depresión.
En el Ecuador, la depresión afecta en mayor medida a las mujeres. De las atenciones ambulatorias que registra el Ministerio de Salud Pública (MSP), el número de casos de ellas triplica a los de los hombres. Los datos más recientes que se tienen corresponden al 2015. En ese año, hubo 50.379 personas con diagnóstico presuntivo y definitivo por depresión.
La enfermedad, tiene origen psicológico, emocional y ambiental, se manifiesta por medio de una tristeza sin motivo aparente que deja a la persona incapacitada para realizar sus actividades habituales, así como relacionarse de manera saludable.
Dicha enfermedad afecta a jóvenes y niños entre los 12 y 22 años de edad. El otro rango de edad vulnerable son los adultos mayores de 65 años.
La jubilada Lia Goncalves, de 65 años (en la foto a lado), cuenta que siempre ha tenido una vida prácticamente dentro del hospital: “cuando era más joven, vivía más, hospitalizada que en casa. Era muy enfermiza y desde niña tomaba medicamentos anticonvulsivos. Tuve ataques epilépticos, desmayos y necesitaba tomar varios medicamentos constantemente”, relata.
A partir de los 15 años, Lia dejó de sufrir sólo enfermedades físicas y comenzó a padecer una enfermedad mental y espiritual aún más grave: la depresión. “A esa edad yo tenía una tristeza muy grande en mi vida, porque me acusaban de algo que no había hecho y en mi debilidad pensaba que tomando veneno, terminaría con todo”. Ella fue acusada de robo en la empresa para la que trabajaba, situación que sólo se esclareció días después. Sin embargo, antes de que se supiera la verdad, ella había entrado en coma por el intento de suicidio. “Después de sobrevivir a ese episodio, tuve gastritis y todavía tenía pensamientos suicidas e hice varios intentos. Incluso traté de ahorcarme, pero no pude”.
Medicinas y hospitales
Viviendo con depresión desde la adolescencia, se sometió a tratamientos que incluyeron seguimiento con un psicólogo, psiquiatra y uso de fuertes antidepresivos. “No obtuve ningún resultado. No tenía ganas de salir de casa. De hecho, a veces pensaba en prender fuego a la casa. Tenía miedo de vivir. Para mi familia ya era normal que viviera en un hospital y para mí también. Me había acostumbrado”.
Nueva vida
Todo cambió cuando Lia conoció la fe hace seis años: “Llegué a la Iglesia Universal, con ganas de suicidarme. Incluso había dejado una carta para mi familia. Entré y lloré mucho, para mí la vida no tenía ningún sentido”.
Desde entonces, surgió una nueva Lia. “Antes, cuando surgían problemas, me llenaba de medicamentos y deseaba morir. Hoy soy la Lia que siempre quise ser y que, en el pasado, no fui. Me siento realizada. No hay nada ni nadie en este mundo que sacuda mi Fe, que me quite lo que Dios me ha dado. Disfruto vivir, tener una familia, cuidar mi casa y cuidar a los demás”.
“Por más de 40 años, ningún tratamiento fue capaz de curarme.