Yo fui criada, como la mayoría de los niños de mi generación, oyendo y viendo “cuentos de hadas”. No voy a ser repetitiva aquí sobre cómo eso crea un mundo imaginario y un bloqueo a la hora de enfrentar la realidad – no es el asunto de hoy…
Había una de esas historias que me marcó. Ella tenía una musiquita que me daba escalofríos ☹. Teníamos varios dicos coloridos de vinilo que oíamos varias veces continuamente (no sé como mi madre aguantaba). El amarillo era lo de los “Tres Cerditos”. Parecía tan gracioso, pero al final del “… quien tiene miedo al lobo feroz, lobo feroz, lobo feroz. Quien tiene miedo al lobo feroz, tralálálálá…” se oían unas risas espeluznantes de los cerditos, que me dejaban la piel de gallina. Era peor que la voz del lobo. Aquellos cerditos estaban riéndose del peligro, jugando con sus vidas y ridiculizando el único de los hermanos que se preocupaba con la seguridad de ellos.
Mi sentido de responsabilidad, que siempre fue muy agudo desde pequeña, me hacía pensar… quería ser el cerdito despierto, que consiguió vencer al lobo feroz.
Como madres, buscamos también construir esta casa de ladrillos, y dar la máxima protección posible, confieso que muchas veces excesiva. Es un instinto muy fuerte, que está siempre alerta a cualquier amenaza. Una madre es capaz de enfrentar lo que que sea, y colocarse en riesgo si fuera necesario, para proteger a un hijo.
Ahora, usted sería capaz de entender todo ese cuidado en generar, formar y proteger, idealizar una casa bien construida, y usted misma invitar al lobo entrar dentro de la habitación de su hijo?
Parece una pregunta sin sentido, pero eso sucede en muchas familias. Claro, que el lobo e los días de hoy evolucionó, se modernizó. Él se disfraza y se infiltra en las redes sociales, en las webs pornográficas, en los anuncios llamativos, en las películas que inducen a una sexualidad cada vez más precoz. Él está allí, se disfrutando en devorar cada pedacito de la pureza y de la inocencia, haciéndose el mejor amigo, causando una dependencia atroz, anulando cada vez más el poco que queda de los diálogos y convivencia familiar. Y usted paga para que él, el lobo, haga eso. Todo ha contribuido a ello: padres que trabajan mucho, hijos que pasan mucho tiempo solos, el aislamiento cada vez mayor debido a violencia urbana… ¿Usted se acuerda que antes las bromas de infancia eran en grupo? Eso de alguna manera conservaba la inocencia, vigilábamos los unos a los otros.
El post de hoy es una alerta, y quiero que usted esté consciente que es una realidad de la próxima generación – no es un cuento de hadas – son datos estadísticos preocupantes, además de duras experiencias de mujeres que, al descubrir que sus hijos(as) de 9, 10 años están viciados en pornografía, han pedido ayuda, cargadas de culpa y deprimidas.
No logro imaginar lo que las futuras generaciones, nietos y bisnietos enfrentarán.
Esté con sus hijos, converse, insista, muestre interés por las actividades diarias, insista en concienciar, hablar, explicar. Revise sí las listas de contactos, diálogos, las webs que visitan… Es nuestro papel, molesto de hacer, pero que obliga al lobo a huir.