No todas las familias enfrentan los mismos tipos de problemas, pero normalmente existe algún pariente que es tachado como la “oveja negra”, el problemático. Lo que nadie quiere es que justamente esa persona, que todo el mundo quiere lejos, sea su propio hijo.
Raramente, en esos casos, una madre desistirá de luchar. Prueba de eso, si usted tuviera un día la oportunidad de confirmar personalmente lo que yo digo, es la estadística de la fila de espera en la puerta de la cárcel – yo diría que un 90% de las personas que están allí son madres. Ellas no ven al delincuente, asesino, violador, traficante, ellas ven a su hijo. Seguirán creyendo y luchando por la libertad, por la regeneración, re inserción, porque ellas consiguen verlo como nadie lo ve. Aunque nadie crea más, ellas continúan sacrificando por él, porque lo aman incondicionalmente.
Yo admiro a las madres que luchan, perseveran, y nunca desisten, aquellas que lo hacen de manera consciente, de manera libre, que no aceptan perder a su hijo, pero que tampoco se hacen prisioneras, juntamente con ellos.
El problema está cuando caemos en la tentación de ser la rehén de la situación. Para no enfrentar la realidad del problema, encarar, coger el toro por los cuernos, su corazón acaba encontrando una manera de evitar el sufrimiento, y usted no consigue tener una visión clara y real de quién es su hijo. Algo parecido a un Síndrome de Estocolmo versión materna.
De ahí aquellos casos indignantes de madres que se someten a ser golpeadas, estafadas, amenazadas. Verdaderas cautivas dentro de la propia casa. Rehenes de un sufrimiento que parece no tener fin. No caiga en la tentación de dejarse atar, quedarse amarrada y sin reacción. Con el mal no se negocia, se vence.