…Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos? ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros Me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué Te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, Me habéis robado… dice el SEÑOR de los Ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.” Malaquías 3:6-10
“Porque Yo, el SEÑOR, no cambio, vosotros no habéis sido consumidos…” La condición precaria del pueblo no se debía al hecho de que Dios hubiera cambiado, porque Él no cambia,- fueron los hijos de Israel los que cambiaron su comportamiento en relación a Dios. Como consecuencia de eso, hubo un cambio en su propia calidad de vida.
Ellos se desviaron y no guardaron los estatutos de Dios. Toda empresa, toda institución y toda nación tienen sus estatutos que rigen sus normas. Y esos estatutos deben ser respetados. Su no cumplimiento trae consecuencias drásticas a sus infractores. Con Dios no es diferente. Existe un estatuto a ser cumplido y quien se desvía de él sufre las consecuencias.
A los que Lo prueban, Él les promete abrir las ventanas de los cielos y derramar bendiciones sin medida. Una cosa son bendiciones que se pueden medir, otras son bendiciones inconmensurables, tamaña Su grandeza. A causa de ese reconocimiento del señorío del Señor Jesús, Él mismo reprende al devorador. Es tan fuerte eso que el propio Dios le dice al diablo: “Porque esta persona Me sirve, ¡Yo te reprendo!”