En la vida secular, las personas están acostumbradas a ser medidas por sus resultados; pero cuando se convierten creen que ese concepto no se aplica al Reino de Dios. ¡Puro engaño!
Las Escrituras enfatizan que hubo una inversión en nosotros y que todos nosotros recibimos talentos rentables. El mayor de ellos es la vida. Los otros son el tiempo, la salud, la inteligencia, la fuerza, las habilidades, la familia, las oportunidades, etc.
Por eso, debemos apreciar la productividad en relación a la confianza que nos fue depositada; pues pasaremos por el tamiz del acierto con el Propietario de los dones. Los criterios del juicio, así como el resultado final, serán justos y basados en la forma como cada uno actúa.
El siervo precisa cumplir su tarea con competencia y tener resultados positivos, pero también precisa ser espiritualmente fiel a su Señor.
Dentro de las tres personas citadas en el relato del Señor Jesús, dos de ellas hicieron exactamente así y fueron llamadas de siervos buenos y fieles. Como recompensa, podrán descansar y disfrutar de la seguridad del Cielo.
Podemos comprender eso bien cuando vemos que si ni siquiera un patrón secular desea tener malos funcionarios a su lado, imagínese si el Altísimo se sentiría satisfecho con personas indolentes e infieles para servirlo.
Y en la prestación de cuentas, nadie tendrá disculpas por su mal desempeño y consecuente reprobación, pues tenemos a disposición todos los mismos recursos para capacitarnos.
Volviendo al relato bíblico, mientras que los dos primeros siervos trabajaban diligentemente para multiplicar lo que habían recibido y aprovechar la oportunidad; el tercer siervo dominado por los malos ojos, pereza y autosuficiencia, decidió por sí mismo enterrar su talento para vivir tranquilo.
Disfrutó sus días, descansó y se divirtió; pero, la vida pasa rápido…
Y llegó el día en el que enfrentaría al Tribunal solo.
Lo que él no sabía es que el Señor no se convence con disculpas vacías. Delante de Él, los reclamos solo testifican el verdadero motivo del fracaso de aquella persona. Al final, aquellos que son buenos para dar disculpas, no saben que se acusan a sí mismos. El perdió su único talento así como su oportunidad de ser considerado siervo. Sin embargo, lo peor fue la condenación de ser lanzado fuera de la presencia de Dios ya que tuvo la oportunidad de actuar bien, pero no lo hizo (Mateo 25:14-30).
Eso no es contado para inducirnos a una competencia sino para que sepamos en todo momento lo que hacemos y dejar en claro que llegará el día de la “prestación de cuentas”. Debemos temer y temblar todos los días.
Toda ocasión es una gran ocasión para dar lo mejor de nosotras mismas, pues somos evaluadas para recibir más oportunidades o perder incluso las que ya tenemos.
Nos vemos la próxima semana.