Nosotros estamos llamados a amar y perdonar a quienes nos han hecho mal, así como Dios ha perdonado nuestros pecados.
Sin embargo, puede ser difícil dejar atrás heridas y dolores del pasado, especialmente cuando han dejado cicatrices profundas en nuestros corazones y mentes. Pero es importante recordar que es posible ser curado y que, con la ayuda de Dios, podemos encontrar la fuerza y el coraje para superar el dolor del pasado. Uno de los ejemplos más poderosos en la Palabra de Dios es la historia de José, quien fue vendido como esclavo por sus propios hermanos y sufrió muchas pruebas y tribulaciones antes de finalmente reunirse con su familia.
A pesar de las dificultades que enfrentó, José nunca perdió la fe en Dios y finalmente perdonó a sus hermanos, diciendo:
«Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente». (Génesis 50:20).
Tenemos que reconocer nuestro dolor y buscar ayuda. Puede ser tentador tratar de enterrar nuestros sentimientos y fingir que todo está bien, pero el primer paso para sanar es reconocer nuestro dolor y buscar ayuda.
Si bien, es importante reconocer nuestras heridas del pasado, también debemos centrarnos en el presente y el futuro.
Así como Dios usó el sufrimiento de José para el bien, también puede usar nuestro propio dolor y luchas, para lograr un gran bien en el mundo.
Dios restauró nuestro matrimonio
Era una mujer depresiva y siempre discutía con mi esposo porque él ya me había sido infiel.
Él siempre llegaba tarde a casa, me insultaba y golpeaba sin importarle que estuviera embarazada.
Cansada de la vida que estaba llevando, decidí irme a vivir con mi mamá, pues no veía una salida para todos los problemas que estaba teniendo en mi matrimonio.
Todo este sufrimiento llegó a su fin cuando junto a mi esposo nos invitaron a participar en la Iglesia Universal.
Poco a poco, empecé a ver los cambios positivos en él y esto fue lo que me llamó la atención para seguir participando.
Desde el momento que tomé la decisión de entregar mi vida a Dios, empecé a poner en práctica todo lo que estaba aprendiendo durante las reuniones, así logré perdonar a mi esposo y a todos aquellos que un día me hicieron mal. Perseverando en la fe fue como aprendí que sólo Dios podía hacer lo imposible en mi vida y en mi matrimonio.
Luego escuché hablar sobre el Espíritu Santo, al buscarlo y recibirlo, encontré la felicidad en mi interior y en la relación con mi pareja.
Hellen Gallardo