“Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.” Mateo 13: 3-9
Esta parábola define muy bien la reacción de cada persona tras recibir la Palabra de Dios.
Muchos al recibirla, la olvidan a causa de las preocupaciones de su día a día. Otros la escuchan, pero por tomarla de una manera superficial, ella no crea raíces fuertes dentro de la persona, por eso, cuando aparecen las luchas y dificultades se desaniman.
Hay quienes tienen el corazón lleno de odio, resentimiento, ira y debido a eso la Palabra simplemente no encuentra espacio.
También existen aquellos que reciben con alegría la Palabra, prometen a Dios que tomarán actitudes con respecto a ella, pero esa disposición tiene un plazo corto de duración, luego la pierden y terminan tropezando en los problemas.
Sin embargo, hay personas que preparan su tierra para recibir la semilla, quiere decir, preparan su corazón y mente para dejar que la Palabra de Dios se aloje en lo más íntimo de su ser, y así de frutos, o sea, pasan a tener fuerzas para vencer la enfermedad, la infidelidad del cónyuge, el problema económico o cualquier situación que parezca imposible de solucionar.
Todo apenas porque dejaron que la Palabra de Dios habite en ellas y de Su fruto. Tanto la Palabra de Dios, como la de un amigo o la palabra negativa del diablo son una semilla, y es usted quién decidirá qué palabra dará fruto en su vida.
“La violencia y los maltratos eran el pan de cada día”.
Vivía bajo la opresión de los múltiples problemas que tenía en mi hogar. Mi esposo consumía drogas y cuando llegaba a la casa bajo su efecto se convertía en otra persona; portaba un arma y constantemente me amenazaba.
Mi esposo se volvía más violento con el paso del tiempo, incluso, intentó matarme en dos ocasiones, esto me generó miedo y pensaba hasta dónde sería capaz de llegar.
Por otro lado, mis hijos y yo estábamos enfermos, económicamente en la miseria y sufríamos escasez en todos los sentidos.
El sufrimiento y dolor eran el pan de cada día y no tenía paz.
Fue entonces que encontré una salida para todos los problemas, cuando recibí una invitación para participar en la Iglesia Universal, donde posteriormente entendí el por qué de tanto sufrimiento; pasé a usar mi fe, perseveré en las reuniones y obedeciendo la Palabra de Dios, logré mi transformación y la de mi familia.
Mi esposo fue liberado de los vicios, su carácter cambió, nos casamos, ahora él nos valora, dentro del hogar no hay maltratos ni discusiones, obtuvimos la sanidad completa, hoy tenemos paz. En tiempos de pandemia Dios nos guardó y no nos dejó faltar nada, económicamente tenemos estabilidad; a través de la fe mi hijo conquistó un auto.
La bendición de que toda la familia siga la misma fe, facilita la comprensión y nos hace vivir con placer la convivencia, sin embargo, lo más importante en nuestras vidas hoy, es la presencia de Dios, el Espíritu Santo, sin Él no hubiese podido vencer, sin Él no sería la mujer feliz y realizada que soy actualmente.
•• Sra. Yenny y familia