“El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo.” 1 Juan 2: 9-10
La vida de quien cree en Dios es una ofrenda constante, debido a lo cual, intenta siempre ofrecer a su Señor lo mejor de sí; no consigue guardar odio hacia nadie, porque ya lo entregó todo para Dios, incluso el odio que alguna vez sintió, por eso, nada lo hace caer en el pecado, siempre está de pie en la fe.
Sin embargo, aquel que dice creer en Dios y guarda odio en contra de alguien, está en tinieblas, por eso vive tropezando a cada acción que ejecuta o decisión que toma; su vida está caída en todos los sentidos.
No permita que el mal le robe su paz, si alguien le ofendió, perdónele, porque tras esa acción usted tendrá paz.
“Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.” 1 Juan 2: 11
Existen personas que viven cegadas todo el tiempo, están hipotéticamente tanteando el camino, debido al odio, tristeza o resentimiento que guardan.
Entregue a Dios todo ese peso y oscuridad, entréguelo todo de hecho y de verdad, entonces verá la diferencia en su vida. Con Dios es todo o nada. No Lo busque a medias o sólo para cumplir con una “obligación”, pues Dios lo quiere a usted por entero.
“La tristeza me llevó a buscar la felicidad en malas amistades, en el alcohol y fiestas.”
Desde pequeña veía a mi papá sumergido en el vicio del alcohol, al crecer terminé cayendo en ese mismo vicio, llegué al punto de tomar varios días seguidos, mi mamá me dijo que, si seguía así, me internaría.
No tenía personalidad ni paz, por eso buscaba alegría en amigos, estas, dinero, compras, lujos, pero sólo encontré más tristeza y frustración. Mi mamá me aconsejaba diciendo que yo necesitaba buscar a Dios, pero me resistía y siempre terminaba decidiendo hacer las cosas a mi manera.
Tiempo después pasé a frecuentar la Iglesia porque quería ser bendecida en el área nanciera, pero me di cuenta de que nada que pudiera conquistar me haría feliz, entonces entendí que necesitaba acercarme a Dios con sinceridad, le conté de mi tristeza y le pedí perdón por todas las cosas malas que había hecho, me bauticé en las aguas y decidí dejar todo atrás.
En diciembre del año pasado participé de la Hoguera Santa y mi pedido fue recibir el Espíritu Santo, coloqué toda mi vida en el Altar, sacrifiqué y aprovechando que también hubo un Ayuno de Daniel me sumergí en las cosas de Dios, fue mi oportunidad para renunciar a muchas cosas y entregar a Dios todo, durante ese lapso, mi mente y tiempo estaban enfocados en Dios, cuando recibí el Espíritu Santo desapareció el dolor del pasado, me sentí segura, llena de paz. Haber dejado todo, fue la mejor decisión que tomé.
“Una decisión destruyó mi vida, pero otra la transformó por completo”.
•• Srta. Lisbeth Loor