Lo que más existe son personas que se preguntan: “¿Qué hacer, pues lo que viene a mis manos, por ser tan poco, no es suficiente para atender mis necesidades?”
Eso es dicho no solo por personas que ganan poco, sino también por aquellos que, a los ojos de muchos, ganan bien. Lo que reciben apenas alcanza para sí, mucho menos para atender las necesidades de los que están a su alrededor. A veces, todas las personas de la casa trabajan y, aun así, sumando el salario de todos, no se tiene nada.
El Señor Jesús respondió a las necesidades de una multitud en el desierto: la necesidad de la cura, de la liberación e incluso la necesidad de matar el hambre de millares de personas.
En esa ocasión uno de los discípulos dijo: “El lugar está desierto y la hora es ya avanzada; despide, pues, a las multitudes para que vayan a las aldeas y se compren alimentos.” (Mateo 14: 15)
En la visión del discípulo, ese lugar no era propicio para la realización de un milagro de esa magnitud, incluso porque no había recursos. Finalmente, darles de comer a millares de personas, en el desierto, no era una tarea fácil de realizar.
Sin embargo Jesús les dijo: “No hay necesidad de que se vayan” (Mateo 14:16-18)
En otras palabras: el milagro no depende del lugar ni de la circunstancia, sino de que el Señor Jesús esté en ese lugar.
Él entonces dijo: “dadles vosotros de comer.” ( Mateo 14:16)
Los discípulos dudando dijeron: “No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces. Pero Jesús les dijo: Traédmelos acá… y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud.”(Mateo 14:15-19).
Cuando pusieron los panes y los peces en las manos de Jesús, Él levantó los ojos a los cielos, Él no miró hacia la cantidad que había y mucho menos dijo “¿Solo esto?” ¡No! Nuestro Señor sólo miró hacia los cielos, y esa tiene que ser nuestra fe. Nuestros ojos jamás pueden estar vueltos hacia las cosas que están en nuestras manos o hacia las circunstancias que tenemos a nuestro alrededor, y sí ERGUIDOS a los cielos. Cuando hacemos cualquier cosa con nuestros ojos erguidos a los cielos, quiere decir que estamos mirando hacia Dios, dependemos de Él y con certeza Dios también está mirándonos. Siendo así, ¡todo es posible!