Sufrí con traumas desde mi adolescencia, éstos se originaron por las constantes peleas y maltratos que existían entre mis padres, con el pasar del tiempo empecé a sentir que los odiaba.
Para llamar la atención de ellos empecé a vestirme como pandillera, me comportaba de una manera rebelde y grosera.
Siempre me encontraba a la defensiva, ya que tenía miedo que alguien me hiciera daño, me comportaba de esa manera especialmente con los hombres.
Tiempo después caí en depresión y los pensamientos suicidas se hicieron presentes. Al llegar a la Iglesia Universal y empezar a participar de las reuniones de liberación mi vida cambió, por mi fe, fui libre de la depresión, el vacío y miedo que existían en mi interior fueron quitados.
Hoy soy una joven llena de vida, con deseos de salir adelante, tengo el bien más preciado, que no se puede comprar con nada que es el Espíritu Santo.
•• Alondra Ledesma