A partir del 11 de diciembre, la Iglesia Universal comenzará los 21 días del ayuno de Daniel. La propuesta está inspirada en el propósito que hizo el profeta Daniel, como se describe en las Sagradas Escrituras (Daniel, capítulo 10). La Biblia informa que durante 21 días el profeta ayunó para buscar el favor, la sabiduría y el entendimiento de Dios. Comprendió que solo si estaba en conexión con el Altísimo podría superar los desafíos que le esperaban.
Buscar a Dios y mantener una relación más íntima con Él es el propósito que, conlleva el Ayuno de Daniel que, comenzará en diciembre por todos los que anhelan afirmar su fe. En el período bíblico, el profeta se abstuvo de los manjares que se ofrecían en el palacio del rey de Babilonia para purificarse y alejarse de las distracciones. Actualmente, es la tecnología la que roba el tiempo y distrae a las personas. Por tanto, la idea es alejarse de la información secular o que implique entretenimiento y todas las distracciones que podrían dificultar su comunión con Dios.
Significado:
Muchas personas aún no han entendido la importancia de recibir el Espíritu Santo; otros lo buscan sin cesar, pero para alcanzarlo es necesario una entrega completa de la vida al Señor Jesús. Una de las formas en que muchos han seguido esto es participar en el ayuno de Daniel. A continuación, le mostraremos el testimonio de una persona que tuvo esta experiencia con Dios a través del ayuno y cómo sucedió una transformación en su vida.
» El Espíritu Santo transformó mi llanto en alegría. «
«Había tanta tristeza en mí que planeaba matarme. Un día me sentía tan deprimida que llegué a amarrar una cuerda en el cuello para ahorcarme.
Surgió una oportunidad de trabajo, cuidar de dos niños y de una casa. Mi mamá no quería, pero insistí. Al principio todo iba bien, después me dio la voluntad de salir y conocer a otras personas.
Comencé a mentir, a gritarle a los niños que cuidaba.
Encontré otro trabajo, salía para bares y fiestas. Fui a vivir con una amiga y quedamos desempleadas.
Entonces con mi amiga fuimos a una discoteca e hicimos nuestro primer trabajo como prostitutas.
Para convivir con esa situación consumía bebidas y drogas, hasta que un día mi mamá me sacó de la discoteca a jalones. Fui a vivir con mi hermana y ella me invitó a la Iglesia Universal, tomé la decisión de sacrificar en el Altar la vida que llevaba, dejé la bebida, drogas, amistades, dudas, complejos, malos pensamientos y aprendí con la fe y la Palabra de Dios, a combatir todo lo que me hacía mal. Me bauticé en las aguas y comencé a buscar el Espíritu Santo, cuando lo recibí, me volví otra persona en el mismo cuerpo, el vacío, el llanto, la depresión salieron, además tengo un matrimonio feliz y paz en mi interior.»
Sra. Regina.