Crecí viendo a mi padre en el vicio del alcohol, pero lo que más me llevaba a odiarlo era el maltrato que le daba a mi madre, sin embargo, era un buen hijo, respetuoso, amoroso y obediente.
Cuando entré en la etapa de la adolescencia, aquel odio hacía mi padre me dominó. Empecé a buscar “amistades” en la calle y tiempo después me involucré en el crimen. Pensé en matar a mi padre para que mi mamá fuera feliz.
Con doce años empecé a robar, portar armas, además consumía marihuana, cigarro, cocaína y me volví un instrumento en la mano del crimen.
Mi madre al percibir que yo andaba en malos pasos, decidió aceptar la invitación de mi abuela para ir a la Iglesia Universal, pasó a frecuentar las reuniones y fue desarrollando su fe, ayunaba, llevaba mi ropa y fotografía para orar por mí en la Iglesia.
Cuando la veía hacer eso, me llenaba de odio contra ella y trataba de impedirle que lo hiciera con amenazas; sin embargo, ella perseveraba en su fe.
Yo no conseguía ver que mi mamá quería lo mejor para mí, por eso apelaba a Dios por mi causa. Hizo muchos propósitos de fe y en una Hoguera Santa de Israel, ella determinó que ese era el momento de ver el milagro de mi transformación. Un día llegué a la casa poseído por el odio y estaba decidido a matarlos, cuando abrí la puerta con cuchillo en mano y pregunté por mi madre, mi papá me dijo que ella estaba encerrada en su cuarto, fui hasta ahí y la encontré de rodillas clamando por mí, en aquel momento volví en sí y salí de la casa diciéndole a mi padre: “dale gracias a Dios por tener una esposa como mi madre, porque de no ser así, hoy te hubiera matado”.
Al volver a casa más tarde, le pedí a mi madre que me ayudara a cambiar porque no quería más esa vida. Después de unos días ella me invitó a la Iglesia y al llegar supe que estaba en el lugar correcto. Decidí abrazar con todas mis fuerzas la fe de la Hoguera Santa. Después le dije a mis “colegas” que no quería seguir en el crimen, devolví las armas, ropas y zapatos de marca, cadenas, relojes y todo lo que adquirí en ese tiempo, perdoné a mi familia, pasé a meditar en la Palabra de Dios y colocarla en práctica.
Me despojé de todo lo que me relacionaba a mi antigua vida, pasé a priorizar el Espíritu Santo y cuando Lo recibí, obtuve paz, alegría, me volví un joven determinado, Dios me dio nuevas perspectivas de vida.
Después de recibir el Espíritu Santo, pasé a lidiar con las situaciones de manera distinta. Mi vida cambió de forma radical. Hoy honro a mis padres y llevo esa fe a los que sufren como un día yo sufrí.
BENEFICIOS DEL AYUNO DE DANIEL:
6º Mejor enfoque. 7º Visión espiritual. 8º Abre el entendimiento. 9º Combate el miedo. 10º Bautismo con el Espíritu Santo.