A muchas mujeres les gustaría ser tan bonitas como las celebridades que frecuentemente ven en películas y revistas. Todas parecen que tienen el rostro, la piel y el cuerpo perfecto. Sus vidas son fascinantes, siempre viajando por el mundo entero, estas que nunca acaban, admiradas por todos y con dinero para comprar lo que quieran. Pero, esa belleza que poseen, es superficial; forma parte de la vida pública que llevan. Sería una injusticia de nuestra parte hablar de su vida privada ya que no las conocemos personalmente. Aún así, si llevásemos las cuentas de las relaciones fracasadas, suicidios e intentos de suicidios, problemas con el alcohol y las drogas, etc., llegaremos a la conclusión de que sus vidas están bien lejos de ser perfectas. La realidad es que la belleza que ostentan es solamente externa y, con el paso del tiempo, se acaba. En breve, las celebridades de hoy, serán sustituidas por otras nuevas estrellas.
Si queremos ser las mujeres más bellas del mundo, necesitamos dejar de buscarlo en el sitio equivocado. Entonces, ¿cuál es el secreto? Es obvio que debemos cuidar de nuestra apariencia, pero nuestra principal preocupación debe ser obtener y mantener la belleza que sólo Dios puede dar, pues quien posee esta belleza no necesita de maquillajes o cremas para realzarla, porque su presencia es suficiente. Su sonrisa sincera hace que las personas quieran conocer su “secreto”. Pueden incluso no ser famosas, pero quienes la conocen desean tener aquello que ella tiene en su interior, porque consigue iluminar cualquier ambiente, puede ser joven y no tener mucha experiencia, pero sus actitudes revelan su cuidado y amor; sus hijos quieren crecer y casarse con alguien semejante a su madre, su marido siente orgullo de tenerla como esposa y le agrada estar en su compañía.
¿Qué hace a esta mujer tan diferente? La respuesta es: Ella encontró al Autor de la belleza, Dios.