“Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:37).
El hijo de Dios debe tener una posición bien definida delante de los seres humanos y de Dios. Por falta de ese comportamiento ético, la mayoría de los supuestos cristianos no vive la fe pura. Su insinceridad enciende la llama de la duda. Y, consecuentemente, no hay conquista. La Palabra de Dios dice que nuestro hablar debe ser sí, sí; no, no. Es decir, se debe tener certeza y tomar una decisión segura. Si acaso es sí, si acaso es no, usted tiene que decidir con certeza.
Pídale dirección a Dios y jamás actúe en la duda. No se quede entre el sí y el no, pues sea cual sea su decisión, si no es tomada con certeza, en la fe bien definida, fatalmente no resultará. No existe término medio. O es, o no es. La fe es un instrumento poderoso para combatir las indecisiones, porque exige definición.
Si su certeza se quebranta con el desarrollo de las situaciones, con los vientos que soplan o con cualquier dificultad que surja por el camino, esa certeza es puro sentimiento. La certeza de la fe no se quebranta. Ella es alimentada por la confianza en la Palabra de Dios, que da la certeza para decidir y también para continuar.
La vida está hecha de decisiones. Usted tendrá que aprender a decir “no” cuando, allí en el fondo, una voz suave le traerá la certeza de que esa es la respuesta correcta. Lo mismo sucede con el “sí”. No se quede en la duda para agradar a unos y a otros. Si hay alguna duda, consúltesela a Dios. Busque en Él la respuesta. Él deja claro Su voluntad para cada uno de nosotros. Si lo buscamos, no habrá ninguna duda.
Pida dirección de Dios y jamás actúe en la duda.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo