Un gran cambio comenzó en mí a partir del momento en el que observé su cariño por la señora Ester. Siempre noté eso, pero hubo un día en el que la manera en la que usted se refirió a ella habló muy fuerte conmigo. Fue una escena habitual, pero aquello fue suficiente para hacerme reflexionar sobre mi relación con mi madre. Un simple ejemplo suyo despertó mi fe y me hizo arrancar un trauma que yo ni siquiera sabía que poseía…
Hice una reflexión profunda y vi que había cosas mal resueltas entre nosotras dos. Siempre fui una buena hija, a pesar de que en mi adolescencia haya sido un poco rebelde con ella. No le faltaba el respeto, pero la ignoraba, como si ella no fuese tan importante para mí. Ella notaba eso y se ponía muy triste, incluso porque mi padre, que siempre actuaba mal, tenía todo mi cariño y ella no.
Una vez ella me tomó por el brazo y me sacudió preguntando por qué la trataba de esa manera, y no supe responderle. Los años pasaron y esa falta de respuesta continuó dentro de mí. Me preguntaba siempre el motivo por el cual la ignoraba, pero no lograba saberlo. Con el tiempo me casé, me mudé a otro estado, y noté que, aunque estuviese en la presencia de Dios y Lo sirviera, aún había un vacío entre ella y yo. Entonces, en una reunión, cuando vi su cuidado con su madre, el Espíritu Santo habló conmigo. Es gracioso que no haya sido la Palabra dada la que habló conmigo, sino un gesto que vi lo que hizo que se despertara mi fe. En ese exacto momento noté que no se trataba a la madre de esa manera y eso comenzó a incomodarme enormemente. Salí de la reunión, y a partir de ese día comencé a buscar en Dios la respuesta para esa pregunta que ella me había hecho un tiempo atrás: “¿Por qué me tratas así?”
Mis búsquedas incesantes y sinceras tuvieron resultado, pues Dios me reveló la respuesta. Él me hizo volver allá atrás, a mi infancia, a una época de mucho sufrimiento para mí. Y me hizo descubrir que ignoraba a mi mamá porque la culpaba. Cuando entendí la situación, Le pregunté a Dios qué debería hacer para revertir aquello, y Él me dijo que debía confesarle todo a ella y a mi familia. Aquello me dolió mucho, porque había un secreto dentro de mí que yo no tenía ningún problema en decir, y que incluso mi marido conocía, pero jamás quise revelárselo a mis padres. Para mí, eso era un tema prohibido para ellos. Pero decidí sacrificarme y hablé con ellos.
Reuní a mis padres y a mi hermana y me desahogué. Les dije que durante toda mi infancia había sufrido con la pedofilia ante sus ojos y ellos nunca supieron nada. Por estar tan preocupados por sus propios problemas, no notaron que yo era la que más necesitaba ayuda. Y por eso crecí rebelde, principalmente con mi madre, porque uno de los agresores era de su familia. Había proyectado en ella la rabia que sentía hacia agresor, y por eso la ignoraba como si ella fuera la culpable.
Mis padres quedaron pasmados y no esperaban oír todo eso. Lloraron, me pidieron disculpas, pero eso no era necesario, porque solo el hecho de hablar con ellos fue una forma de pedirles perdón y de perdonarlos, y quedar libre de ese secreto. Después, para mi sorpresa, mi madre me dijo que también había sufrido con la pedofilia en su infancia. Me puse a pensar lo mucho que esa plaga es algo recurrente en las familias y cuánto sufren callados los niños para intentar ahorrarles a los padres más sufrimiento, como fue mi caso. Yo nunca les había dicho nada para no llevarles más sufrimiento y problema, ya que ellos dos ya tenían tantos.
Lo interesante es que ese descubrimiento que me liberó (realmente lo llamo liberación) “coincidió” con la ofrenda de agosto, del espíritu virtuoso, en el que deberíamos pedir ayuda y revelar lo que tanto queríamos esconder…
Sabe, todo eso me ayudó mucho, y no sé si debería hablar así, pero incluso Le agradezco a Dios por ese mal que sufrí. Le estoy muy agradecida a Él, pues aquel sufrimiento me hizo encontrarlo pocos años después, y a partir de ese día, Él NUNCA más dejó que alguien me tocara.
Pero la raíz perduró durante mucho tiempo hasta que la descubriera escondidita. Veía las ramas del trauma en mi matrimonio, pues a veces trataba a mi marido como trataba a mi madre antiguamente, o sea, con desprecio. Todo cambió después de que arranqué esa raíz, pero es posible que muchas mujeres, incluso en la iglesia, también sufran con ese tipo de trauma y ni lo sepan.
Es por eso que este e-mail es una forma de agradecerle a usted por ser ese ejemplo para nosotras (vea que lo que despertó mi fe para este descubrimiento fue su ejemplo de hija cariñosa) y una forma también de pedirle ayuda para las mujeres y niñas que sufren con el trauma causado por el mal de la pedofilia.
Yo podría decir muchas otras cosas sobre lo que aprendí con todo eso, pero sé que su tiempo es corto y por eso no voy a extenderme. Sin embargo, quiero que sepa que puede contar conmigo para lo que necesite, pues mi mayor sueño, aún más ahora después de ver todo lo que Dios hizo y ha hecho por mí, es ayudar aún más a quien lo necesita.
¡Que Dios la bendiga mucho más!