La resurrección representa el perdón de los pecados para quienes reciben al Salvador en sus vidas. Garantiza que los salvos vivirán para siempre en el Reino del Altísimo en paz eterna, tras el fin de la vida terrenal. Por eso, es tan importante en el mensaje de la Biblia, tal como el apóstol Pedro enfatiza en una de sus cartas a los cristianos: “Llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24).
No obstante, para que la Salvación se realice en la vida de una persona, es necesario que reconozca que necesita cambiar su manera de pensar y sus actitudes. En otras palabras, el Señor Jesús no vino al mundo para condenar a las personas. Sino para recibirlas y transformar sus vidas.
El cuerpo muere, pero el alma es eterna. Por eso, la muerte del cuerpo humano no es el fin. Sino el inicio de una vida que durará para siempre.
Como el Señor Jesús alerta: “…irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25:46).
“UNA BACTERIA PARALIZÓ MIS ÓRGANOS…
Tuve una cirugía en el riñón, donde me sacaron un cálculo; después de dos días de haber sido dada de alta comencé a sentir fuertes dolores, no conseguía comer nada, fui llevada al hospital nuevamente y me realizaron varios estudios donde me diagnosticaron una bacteria (KPC), que paraliza los órganos. Me daban a diario un medicamento diferente pero sin resultados, la bacteria era resistente. Comencé a perder peso y me dio anemia, en medio de ese calvario, pensé que iba a morir, pero a través de una palabra de fe que recibí, me indigné y comencé a pedir al Señor Jesús que me ayudara a salir de esa situación. A través de mi fe fui viendo los resultados, al poco tiempo mientras todos esperaban lo peor empecé a recuperarme paulatinamente, los médicos no supieron explicar cómo la bacteria desapareció. ¡El Señor Jesús me resucitó!
•• Eduarda Malta