“Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con poder, y profetizarán con ellos, y serás mudado en otro hombre”. 1 Samuel 10:6
Cuando el Espíritu Santo desciende sobre alguien, dicha persona es transformada en una nueva criatura, por esta causa, su carácter y conducta cambian completamente, es decir, pasa a tener otros pensamientos, deseos, otra visión, manera de hablar, otro corazón, o sea, cuando una persona recibe el Espíritu Santo, ella recibe una nueva vida.
Muchos han sido engañados, piensan que tienen el Espíritu Santo porque recibieron ciertos milagros; sin embargo, en su carácter no se evidencian los frutos del Espíritu de Dios, los cuales son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.
El Espíritu Santo es certeza, cuando Él viene sobre su vida, arranca de su interior las dudas, complejos, miedos, traumas del pasado y usted pasa a ser la imagen y semejanza de Dios en la tierra.
El mayor tesoro que Dios le puede dar a una persona es el Espíritu Santo, pues Él es la garantía de la salvación eterna; para ello, es necesario que quien cree, ponga en el Altar su mayor tesoro, es decir, su vida, su alma y su corazón, presentados en forma de sacrificio en el Altar a cambio de recibir el tesoro de Dios, el Espíritu Santo. El Señor Jesús llevó sobre su cuerpo todos los pecados del mundo, sacrificándose a Sí mismo para salvarnos; sin embargo, eso no quiere decir que nuestra alma le pertenece, con respecto a ella, cabe a cada uno entregarla o no. Pero sepa que el Señor Jesús pagó un precio por ella, por lo tanto, es necesario que coloquemos nuestra alma en el Altar de Dios por medio de nuestro sacrificio.
>>“El Espíritu Santo hizo desaparecer toda frustración”
«Provengo de una familia muy pobre, pasé hambre, frío, dormía en el piso, iba al mercado a pedir sobras de la carne y legumbres que no vendían para comerla junto a mis hermanos.
Nos mudamos de ciudad pensando que todo mejoraría, pero por causa de la falta de estudios seguíamos en aquella miseria. A los 19 años me fui de la casa a vivir con unos parientes, encontraba empleo, pero rápidamente lo perdía. Conocí a Ricardo, mi esposo que también tenía muchos problemas, nos casamos, quedé embarazada y la situación empeoró.
Así llegué a la Iglesia Universal, días después escuché hablar del Espíritu Santo y en como Él transformaba a las personas, y era justamente eso lo que yo necesitaba.
Un día me encerré en mi cuarto y hablé con Dios con tanta sinceridad y dejé claro mi necesidad de tener Su Espíritu en mi ser.
¡Todo cambió!, aquella frustración, traumas del pasado, todo simplemente desapareció, fui inundada por una alegría y paz nunca antes había experimentado. Yo supe que era una nueva persona y a partir de ahí el Espíritu Santo fue mi guía en todo. Aquel día nació una guerrera, fui viviendo de fe en fe y Dios me prosperó en todo.»