Obispo:
Que Dios lo bendiga cada vez más y nos de la alegría de acompañar muchos otros cumpleaños suyos en plena maravilla que es servir a Dios.
Imagino que debe haber recibido miles de mensajes y regalos, pero me gustaría hablar sobre el regalo que recibí este día maravilloso y tengo certeza de que es el mejor regalo que también usted recibió.
Llegué a la Universal a los 12 años y entré al Grupo Joven, y con el tiempo me torné obrera pero, por orgullo, terminé enfriándome y apartándome de Dios, y todo comenzó a resultar mal.
Fueron largos siete años, sufriendo, hasta llegar al fondo del pozo.
Varias veces intenté volver, pero no lograba afirmarme, entregarme de hecho y de verdad. En fin, mi matrimonio, que era mi puerto seguro, se terminó. Perdí todo.
Sufrí dos accidentes de moto en dos meses. En el último casi morí. Me vi sola, sin fuerzas, sin voluntad de vivir, quería acabar con todo, intenté suicidarme y no lo conseguí.
Llegué a pensar que ni para morir servía. Le pedía a Dios todas las noches no levantarme a la mañana siguiente.
Las personas pensaban que yo estaba superando todo muy bien, pero por dentro deseaba la muerte, aun sabiendo que iría al infierno, ya que no tenía coraje ni fuerzas para pedirle perdón a Dios por todo lo malo que hacía. Intenté trasnochar y tener romances pasajeros pero nada llenaba el vacío. Parecía un agujero negro y todo lo que yo hacía para intentar mejorar desaparecía en la inmensidad de toda la angustia y la tristeza.
Hasta que resolví volver. Durante mucho tiempo había hecho todo a mi manera y no había resultado, ahora quería que fuese diferente. Hice una oración mentalmente, pidiendo ayuda, pues si Dios estaba viendo mi sufrimiento y en todo lo que estaba involucrada, todas las veces que había querido morir y, aun así, me había guardado el alma, era porque Él podía hacer que algo sucediera. Entonces decidí entregar todas mis debilidades, todos mis pecados y toda mi vida.
Volví en año nuevo, el mismo día me bauticé en las aguas y comencé a vivir diferente, tuve un real encuentro con Dios. Él me curó todas las heridas, me dio una dirección, me arrepentí de toda la vida mala que viví. Enseguida vino el Ayuno de Daniel y allí vi la oportunidad de conocer realmente al Dios que muchas veces había predicado, pero que no había conocido.
Fueron 21 días de guerra contra pensamientos y situaciones. Eché fuego sobre todo lo que me recordaba al pasado; fui todos los días a la iglesia, confesé mis pecados escondidos y le pedí perdón a quien había ofendido. Hubo días en los que las dudas me bombardeaban, y en esos días corría a la iglesia, iba a evangelizar, a limpiar… En fin, ayer, el último día, todo resultó mal en casa, sucedió todo para que me irritara, palabras de derrota y todo, pero fui fiel y he aquí que el último día, en las últimas horas, en la última reunión del día y en los últimos minutos de búsqueda, vino la respuesta, fui tomada por el Espíritu Santo.
Una alegría inmensa, la paz verdadera dentro de mí, ni lágrimas ya tenía y no fue nada parecido a lo que pensaba que ya había pasado, aquel llanto y sensación de bienestar, sino que fue solo la certeza, pude oír al Espíritu Santo decir: “Eres Mi hija y Yo no desistí en ningún momento, a partir de ahora no necesitas llorar más, ahora es solo sonreír.”
En ese momento hablé en lenguas en palabras cortas, pero seguras. Fue la mejor experiencia de mi vida, nada puede compararse y ya no hay más espacio para los pensamientos de duda. Ahora puedo mirar hacia mi interior y ver que todo está lleno de la presencia de Dios. ¡Aleluya!
Obispo, gracias por vencer todas las luchas que pasó en el ministerio de llevar a la Salvación. Si usted hubiese desistido, yo no estaría aquí hoy.
Con toda la alegría y la gratitud, una hija más que nace.
Danielle Brosk