Lloraré por ver cuán distante anduve de la Verdad y de mi Señor.
Lloraré por sentirme un extraño en este mundo.
Lloraré por la ausencia del Espíritu Santo.
Lloraré por el desprecio que recibo por ser diferente en esta sociedad de valores invertidos.
Lloraré por el abandono incluso de familiares que no comprenden mi fe.
Lloraré por el temor de errar con mi Dios.
Lloraré por ver a tantas personas aún distantes de conocer la Verdad y destituidas de la Salvación.
Lloraré por ver tanta codicia e injusticia.
Lloraré por no poder hacer más para mi Dios y mi prójimo.
Lloraré por no entender la Voluntad de mi Dios, por no responder a Sus expectativas.
Lloraré por aquellos que sufren y que están ciegos en cuanto a la Verdad.
Solo llora por esos motivos quien verdaderamente entiende el arduo camino de la Salvación. El ser humano solo comienza su espiritualización después de poner el pie en este camino y de pasar a sentirse como un extraño en el mundo material. Y una vez que no hay nada más en este mundo que le dé la misma satisfacción, llora y sufre, porque aún no tiene la consolación del Espíritu.
En este momento, el hombre en evolución se encuentra en total desesperación, se siente abandonado, pues salió de un mundo y aún no encontró el otro.
Muchos de nosotros nos encontramos en esa fase. Sentimos que existe un mundo mayor, más allá de este mundo, pero no logramos penetrar en él. Permanecemos presos al mundo en el que vivimos, a sus valores, por eso sufrimos.
Pero, exactamente debido a ese sufrimiento, somos impelidos a buscar el entendimiento y el consuelo. Buscando, ciertamente encontraremos – “Busca y encontrarás”.
El consuelo está en todos los rincones; basta que tengamos “ojos para ver”.
De esta forma, el consuelo está claro en las palabras del Evangelio, por las cuales ya pasamos tantas veces sin haber visto nunca la consolación que existe en ellas. ¡Los que sufren serán consolados!
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Mateo 5:4