Pero, ¿cómo hacer una gran nación de alguien fiel a una única mujer, siendo ésta estéril? Pregunta semejante es hecha en el día a día, cuando una persona se depara con un problema insoluble, o una enfermedad incurable, cuando los exámenes médicos y los profesionales de la Ciencia afirman no haber ninguna chance.
Del punto de vista humano, la solución puede parecer absolutamente imposible, pero a los ojos de Dios, ¡nada es imposible! Abram creyó en la Palabra de Dios y actuó su creencia de forma práctica, y no teórica, como muchos que se dicen cristianos.
Ahí está el grand conflicto entre la fe y la razón; entre la fe en la Palabra de Dios y la fe en la palabra de la Ciencia. Si por un lado, tenemos la Ciencia afirmando categóricamente no haber salida, por otro lado tenemos la Palabra de Dios, que garantiza: «Yo soy el Señor tu sanador» (Éxodo 15.26).
Entonces ¿qué hacer? La solución para la persona que se encuentra entre una y otra palabra va a depender de la actitud de fe que tomare.
Si ella se lanza sobre la Palabra de Dios pero deja una duda en el corazón, por menor que sea, ¡nada sucederá! Pero, si ella simplemente se lanza de cuerpo, alma y espíritu sobre la promesa de Dios, la cura acontecerá. ¡Tiene que acontecer!
La primera gran promesa hecha a Abraham no fue darle una gran nación, sino hacer surgir de él una gran nación! Es exactamente lo mismo que Dios desea hacer de cada uno de nosotros.
Los que piensan que la gran nación generada de Abraham es Israel están muy engañados. La nación surgida de él no tiene fronteras. Es como el Señor mismo dijo: «…haré de ti una nación grande» (Génesis 12.2).
A través de Abraham, el Señor vino a generar un pueblo separado de todos los demás de la Tierra, y de ese pueblo haría nacer a Su Hijo. Este reconquistaría el dominio y autoridad para aquellos que se propusiesen someterse a Su Palabra. De ahí nació el Reino de Dios.