Yo lo odiaba sin saber el por qué…
Bien, para que todos lo entiendan, voy a contar un poquito sobre mí.
Nací en Campinas, San Pablo. A los 8 años, me mudé a Paraná con mi familia (papá, mamá y dos hermanas). Viví con mis padres hasta los 18 años, cuando decidí mudarme a Londres en búsqueda de mejores condiciones de vida con mi marido que, en esa época, era mi novio.
Fue aquí en Londres, lejos de todo y de todos, con problemas de gente grande, que, por primera vez, comencé a buscar a Dios. Nunca tuve una base, mis padres nunca fueron religiosos y terminé haciendo catequesis en la Iglesia Católica – porque todas mis amigas lo estaban haciendo -, pero no aprendí nada sobre Dios.
Entonces comencé a frecuentar una comunidad católica-brasileña todos los domingos. Me sentía bien allí, pero nunca tuve un encuentro con Dios, y muchas veces me preguntaba si Él realmente existía. No había una certeza en mí, y mucho menos sabía lo que sucedería conmigo cuando muriese. En esa misma época, una compañera de trabajo, usada por Dios, comenzó a hablarme de Jesús. Me dijo que ya estábamos en el fin de los tiempos, que Jesús volvería pronto y me preguntaba sobre qué sería de mi alma.
Para decir la verdad, me parecía muy aburrido. No tenía la mínima idea de lo que me estaba diciendo, porque nunca tuve ganas de leer la Palabra de Dios, y cuando la leía, no entendía mucho. Pero ella no desistía; me invitaba a todos los eventos que ocurrían, y siempre inventaba una excusa y no iba. Tenía prejuicio contra la Universal; no sabía lo que sucedía allá adentro, pero oía hablar.
Un bello día decidí ir a un evento llamado “La Escuela del Amor”. Era el lanzamiento del libro Matrimonio Blindado y, en la ocasión, el obispo Renato y Cristiane vinieron a firmar autógrafos y a dar una clase sobre ese libro.
Me gustó mucho esa clase, las ideas me parecieron prácticas y útiles. Entonces, poco a poco fui a algunas reuniones; las primeras incluso me asustaron, a causa de la manera en la que el pueblo de la iglesia oraba – me parecía una exageración.
Pero en el fondo algo me decía que no desistiera, que permaneciera y que entendiera aquella fe tan fuerte de un pueblo tan valiente.
Fui algunas veces, siempre los domingos, pero aún no había tenido la certeza de entregarme a Aquel Dios.
Pasaron algunos meses, y yo Le pedía a Dios que si esa iglesia era realmente Suya, que me lo mostrara.
Hasta que mi marido tuvo que viajar, y lo que pensamos que sería por un mes, pasó a ser dos meses. Esa época fue muy difícil para mí. A pesar de ya vivir lejos de mis padres, nunca había vivido sola.
Fue entonces cuando mi amiga Jane, quien me trajo a la iglesia, me extendió la mano invitándome a estar con su familia los fines de semana – siempre incentivándome a que vaya a la iglesia, claro.
¡Fue una muy buena experiencia! Descubrí cómo una familia puede tener tanto amor, tanta paz en el hogar, respeto y cariño uno por el otro… Mis ojos se fueron abriendo, quería exactamente eso para mí. Mi familia nunca fue destruida, pero nunca sentí esa paz con mis padres – eran peleas y más peleas.
Decidí que sería así también; que ese era el modelo de familia que les daría a mis hijos un día. Quería ese Dios en mi vida, pero había un problema: no me gustaba el obispo Macedo. En realidad, tenía un odio por él que hasta hoy no sé por qué.
Pero continué. Hoy me parece gracioso, pero me acuerdo de que todos los domingos, durante esos dos meses, cuando llegábamos a la reunión, ¿qué era lo que Jane ponía para que viéramos durante el almuerzo? El Santo Culto con el obispo Macedo. Eso me molestaba. Ya no bastaba estar en la iglesia, siempre oyendo sus mensajes, ¿y ahora allí también?
No decía nada, porque sabía cuánto lo respetaban y lo admiraban esas personas, ¡pero me colmaba la paciencia!
Hasta que días antes de que mi marido vuelva, Jane me regaló el libro Nada que Perder. ¡Me pareció muy bueno! Finalmente iba a conocer detalles de lo que antes no conocía – ¡la curiosidad era inmensa! Pero lo leí de corazón abierto, quería saber por qué tanto odio dentro mío.
¡Fue una gran sorpresa! Ya en las primeras páginas empecé a arrepentirme; entonces, en algunas más, ya Le pedía perdón a Dios.
Desde entonces me venía una sola cosa a la mente:
¿Por qué, mi Dios? ¿Por qué tanto odio por alguien que nunca me hizo ningún mal y mucho menos a otras personas?
Lloré en cada momento difícil allí descrito. Leía, leía, leía, no podía parar. Al día siguiente llegué al fin.
En esa parte, en la oración que el obispo hace al final, creo que tuve mi primer experiencia con el Espíritu Santo. Ya desde el principio lloré mucho. Pocos renglones después, caí de rodillas involuntariamente, ¡como si Dios estuviera allí presente tan fuertemente que no podía estar de pie delante de tan Santa Presencia!
Aquellas palabras, una a una, tocaron lo más profundo de mi ser. Pedí perdón una vez más y también pedí que fuese liberada de una vez por todas de ese sentimiento malo que nunca quise tener.
Al día siguiente, mi marido volvió y desde entonces comencé poco a poco a caminar sola en mi fe. Algunos meses después, el día de mi 22º cumpleaños, Le entregué mi vida a Jesús: ¡fui bautizada!
¡No hay palabras que describan ese momento! Nací de nuevo, me sentía limpia, ya había una certeza dentro mío.
El segundo libro Nada que Perder fue lanzado aquí – esta vez lo leí en un día, ¡qué bendición!
Espero que muchas personas que sienten ese mismo sentimiento se den una chance, conozcan de cerca el trabajo de la Universal, lean el libro Nada que Perder. Muchos pueden decir que es un lavado de cerebro, pero tengo la certeza de que es un lavado espiritual –me limpió, ¡soy una nueva persona!
¡Le pido a Dios que bendiga más y más la vida del obispo Edir Macedo y a su familia, para que continúen sirviéndolo y salven a muchas y muchas almas!
Una confesión:
¡¡Hoy en día, quien llega a casa después de las reuniones y ve los videos del obispo Macedo, gracias a Dios, soy yo!!
Ana Paula Sossai