A los 18 años de edad yo, que desde muy joven concurría a las reuniones de la iglesia, decidí que ya no quería formar parte de la Universal. Quería probar una vida diferente y más emocionante con mis amigos.
Creía que la vida de mis amigos que estaban fuera de la iglesia era más interesante que la mía que estaba dentro de la iglesia y eso me deslumbró mucho. Empecé a salir a las discotecas, a tomar y a fumar con mis amigos. Casi no tenía tiempo para cumplir mis obligaciones escolares y, a veces, iba a los bailes durante la semana también. Como resultado, fui reprobada en la escuela.
Frecuentemente llegaba a mi casa muy tarde y borracha, siempre peleaba con mi mamá, que ya era miembro de la Universal.
Apenas terminé mis estudios, no quise ni saber con especializarme en ningún área, y con el tiempo libre, empecé a tomar todos los días.
Mi madre, aun presenciando mi autodestrucción, no desistió y tomó la decisión de continuar orando por mi total transformación.
El sacrificio de mi madre no fue en vano.
Entendí que ese vacío que estaba apoderándose de mi vida solo podría ser lleno por la presencia de Dios, y no con las malas amistades, las bebidas y las discotecas.
Comencé a quedarme en casa los fines de semana y más tiempo con mi madre. Volví a la Iglesia y empecé a ser activa en el grupo Fuerza Joven. Después de 10 meses, me convertí en una persona completamente cambiada. Dejé de tomar, cambié mi comportamiento, me gradué en dramaturgia y lo mejor, tuve mi Encuentro con Dios.