El Espíritu Santo es la esencia de la vida creada por Dios. El Espíritu Santo es el que hace generar en nosotros una nueva naturaleza, la naturaleza divina, la naturaleza del Señor Jesús, la espiritual, naturaleza que permanece por toda la eternidad, la naturaleza de Hijo de Dios.
El Espíritu Santo es el que nos hace ser una nueva criatura, un Árbol de Dios, como el árbol del jardín del Edén, que era privado, un árbol particular, que Dios no dejó que ningún hombre tocara. Aquel árbol que estaba en medio del jardín del Edén representa a los hijos de Dios, a los diezmistas que son las primicias, los primogénitos de Dios.
Cuando el árbol es sembrado, plantado, generado por el Espíritu de Dios no hay quien pueda tocarlo, no hay quien pueda destruirlo, no hay; es como el propio Señor Jesús dice: “Toda planta que no plantó mi Padre celestial será desarraigada.” Mateo 15:13, y lanzada en el fuego, pero aquella que Él plantó permanece para siempre. Jesús también dice: “Todo árbol que no lleva buen fruto es cortado y echado en el fuego.” Mateo 7:19.
Él habla claramente que todo árbol que no produce buen fruto es arrancado, es cortado y es lanzado en el fuego; está escrito eso, es profético, si usted cree o no cree no importa, si hay quien no crea, si el mundo entero no cree, no importa, mas esa es la realidad.
Y como todo árbol que es lanzado al fuego, cuando se está quemando, hacen alarde, barullo, humo. Hay quienes siempre están censurando, criticando, el trabajo de la Iglesia Universal. ¿Cuál es el árbol en este mundo que aguantaría los vientos, las persecuciones, las calumnias, las injurias, las pedradas, los vendavales, las tempestades, las acusaciones, los procesos criminales y civiles; y además de eso sufrir las injusticias, calumnias de todos los medios de comunicación por más de 26 años? La Iglesia viene sufriendo toda suerte de maledicencias desde sus inicios.
Es claro, que si no fuese un árbol sembrado, plantado por el Espíritu de Dios, ella no estaría de pie, ya se habría corroído, podrido, desaparecido; pero ella, al contrario de la voluntad de sus calumniadores, cada vez que alguien se levanta contra ese árbol de la vida, el Árbol de Dios, ella crece más y desarrolla más.
Todo trabajo que hemos ejecutado se conoce por sus frutos, si somos engañadores o profetas de Dios, los frutos hablan por sí mismos.
“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 17:21)
Vea bien, el fruto del árbol no es la cura divina, milagros acontecen en toda la tierra.
Quien quisiere ser el árbol de la vida, tiene que pagar el precio, tiene que sacrificar sus errores, su voluntad, tiene que vivir solo para Dios.