¿A usted le parece posible reparar, en 52 días, una capital destruida y un atraso de 100 años en la nación?
Antes de responder, por favor, acompañe la historia de un simple copero real, que se transforma en gobernador y restaura Jerusalén en el post-exilio alrededor del año 446 a.C.
El cautiverio babilónico había terminado y dos grupos de judíos ya habían vuelto a Israel con Zorobabel y Esdras. Reconstruyeron el Templo, sin embargo la ciudad de Jerusalén, sus murallas y puertas continuaban en ruinas, durante más de 100 años.
Al llegar allí, Nehemías solo vio escombros, basura, injusticia y miseria. Los gobernadores anteriores, que obtenían beneficios ilegales de su cargo, no hacían nada. Por otra parte, el pueblo, resignado con las circunstancias, no lograba reaccionar.
Sin embargo, Nehemías osó creer en la posibilidad de una nueva nación bajo todos los aspectos. No solo lloró, oró y dio discursos sobre estrategias, sino que se arremangó y fue a la lucha.
Su liderazgo firme ganó apoyo, y trabajó arduamente día y noche. Buscó cambios profundos tanto en el aspecto estructural, como social y espiritualmente. Su carácter íntegro de cuando era copero continuó siendo el mismo al convertirse en gobernador. Dicen que el poder corrompe a los buenos, pero la vida de Nehemías prueba lo contrario. Él tuvo libertad, autoridad y poder, sin embargo nunca sacó ventaja de eso. Creo que esos privilegios solo facilitan que aflore la raíz mala que ya está dentro de la propia persona.
A los 52 días, la obra fue concluida y entregada a la población. La capital estaba segura para ser habitada nuevamente. El sistema judicial había sido restaurado, y se había restablecido el servicio del Templo.
Aquí en Brasil nuestra realidad no es muy diferente. Vea:
Inmensidades de tierras en manos de latifundistas que las hacen improductivas mientras que pequeños agricultores sueñan con tener un pedacito de suelo para sembrar.
Tenemos el segundo mayor rebaño bovino del mundo, y millones de personas pasan hambre.
Tenemos la mayor cuenca hidrográfica del mundo en la Región Norte, y entre su población millares de habitantes carecen de agua potable. Esa misma región tiene el mayor tesoro del mundo, la Selva Amazónica, pero la pierde de a poco ante los predadores internacionales.
Nuestro índice de analfabetismo está entre los mayores del mundo, y algunos que son contados como alfabetizados tiene dificultad para interpretar un simple texto, tan grande es la incompetencia de la educación ofrecida.
Vemos el caos instalado en el sistema de salud pública, donde los enfermos son tratados como basura.
Las ciudades tienen una tasa de criminalidad altísima, y los peores delitos son cometidos principalmente por jóvenes.
Además de eso, el consumo de drogas está entre los más elevados del mundo. Sin hablar del sistema judicial moroso y deforme debido a las leyes caducas.
En fin, Brasil es gigante en su extensión y en las desigualdades también, de Norte a Sur.
Y nosotros, evangélicos, no podemos escondernos orando y esperando que un milagro salve al País en el que vivimos.
¡Se necesita más!
En la democracia tenemos la libertad de elegir a quienes tendrán el poder para cambiar esa realidad.
Pero, ¿usted sabe reconocer a un buen líder?
El liderazgo grande o pequeño, espiritual o secular, nunca puede ser desvinculado de su carácter íntegro. Solo las calificaciones intelectuales y profesionales son insuficientes.
Elija a quien realmente tiene principios.
Si buscamos el alto estándar de Nehemías, podremos tener una sociedad más justa y con menos escándalos de corrupción que nos enojen.
Sea cristiano, pero también ciudadano en este mundo, y bien informado. No huya de la realidad ni de sus responsabilidades sociales.
Solamente nosotros, la sal de este mundo, podemos evitar que esta sociedad enferma continúe pudriéndose hasta la muerte.
¡Brasil tiene solución, si somos menos optimistas e ingenuos, y más conscientes a la hora de votar!
Basta de ser el País del futuro, para atender las necesidades del pueblo en el presente.
Nunca es fácil, ¡pero es posible!
¿Vamos a la lucha?