Quién ya vio a dos niños peleándose por ganar en algún juego, debe haberse dado cuenta que por la falta de un argumento convincente, surgirán nombres de animales de todo tipo, y generalmente (no me pregunte el por qué) los insultos acaban dirigiéndose a la parte superior del oponente – cabeza de chorlito, oreja de burro, nariz- ladrón de oxígeno, y el famoso cabezón (siempre hay uno en la multitud).
Quién es diferente en algún aspecto, siempre será objeto de ataques.
Pero, ¿y cuándo eso pasa dentro de casa? Cuando usted acaba siendo elegido como el chivo expiatorio, para llevar solo la culpa de todo el caos, tragedia, calamidad y desastres que acontecen, y que por lo general no son culpables…Son muchos los hijos que son cabeza de chivo, todo el tiempo recibiendo insultos, gritos, amenazas, víctimas de ataques de rabia de padres frustrados, quienes al no encontrar lugar para expresar sus ataques de ira deciden hacerlo en quien menos condición de defensa tiene. Y sufren por eso, se quedan cuestionándose y vigilándose todo el tiempo, porque se creen culpables por provocar esa reacción en los padres.
Ellos no consiguen diferenciar cuando usted tuvo un mal día, no tiene la perspicacia de saber cuando no deben aproximarse a usted buscando cariño cuando usted está escupiendo fuego, y no deberían tener que adivinar cuál de las múltiples personalidades usted va a manifestar – al final de cuentas, seguiremos siendo madre y padre para ellos, independiente del día, del mes, de la situación de la empresa, de su pelea con el nuevo novio.
No es nada justo echar sobre los demás las cargas que ni nosotros mismos queremos cargar – mucho menos sobre los que no están emocionalmente preparados para eso.
No caigas en esa tentación.
El chivo expiatorio, en su versión original, acababa solo, aislado, marginado, vagando por el desierto… Cualquier parecido con la versión de comportamiento de la generación actual no es coincidencia.