Dicen que los hombres son competitivos por naturaleza. El afán por competir es saludable, pero sólo cuando contribuye de forma positiva, para el desarrollo personal y mejorar resultados en todos los aspectos de la vida, como en la salud física, mental, y profesional, etc.
Sin embargo, existen aquellos que no aceptan ser derrotados nunca, como si la victoria fuera una obligación. Pero las victorias en la vida no siempre son inmediatas o en los momentos que las deseamos.
Ellas dependen de factores como preparación, talento, experiencia, equilibrio, visión, para aprovechar los momentos correctos en la toma de decisiones y también lo que muchos ignoran: tener fe en Dios. Es necesario usar esa fe, como fuerza motriz que nunca nos abandona, aun delante de las adversidades.
Cuando recibimos este poder del Espíritu Santo, adquirimos una nueva comprensión de la vida, de las derrotas y victorias: Dios nos da la Salvación y, si mantenemos un compromiso con Él, la tendremos por toda la eternidad. Las derrotas que acontezcan, al final se transformarán en victorias.