Julia, de 13 años, estuvo sana hasta los cinco años de edad, cuando presentó un síntoma inusual que asustó a la familia: “Percibí que había algo raro en ella porque a veces decía cosas sin sentido. Ella empezaba a decir algo y no podía terminar, se detenía en medio de una frase y quedaba con la mirada perdida. Cuando volvía a la normalidad, no recordaba lo que estaba haciendo. Después empeoró, ya que comenzó a orinar y defecar en su ropa”.
Julia fue diagnosticada con epilepsia de ausencia. La enfermedad se manifestaba con crisis en las que, en lugar de convulsionar, perdía el conocimiento. En ese tiempo, tuvo que mantenerse alejada de las clases de natación debido al riesgo de ahogarse durante una crisis. La madre de Julia recuerda cómo fue esa etapa: “De un día a otro, mi hija, que corría por la casa, estaba tirada en el sofá dopada con medicamentos. Pasamos por varios médicos y siempre decían que la medicación sería para toda la vida. No sabían si aprendería a leer y escribir porque los exámenes mostraban un promedio de diez crisis por minuto, lo que provocaría una serie de retrasos y pérdidas en su desarrollo”.
Una batalla usando las armas de la fe Aline llevaba ocho años asistiendo a la Iglesia Universal cuando recibió el diagnóstico de su hija. “Estaba indignada, Julia nació en perfecto estado de salud y, para mí, esa realidad era inaceptable. Cuestioné a Dios el por qué de aquella situación y Él me dijo que no era ‘por qué’, ¡sino ‘para qué’! ¡No tenía una razón, pero tenía un propósito!”. El comienzo del tratamiento fue muy
doloroso, como cuenta Aline: “Julia quedaba dopada con la medicación. Fue entonces que decidimos combinar el tratamiento médico y el espiritual; hicimos varios votos a Dios por ella, determinando siempre su sanidad completa”. Dos años más tarde, encontraron un médico que accedió a suspender el medicamento. El proceso de retiro de medicamentos duró seis meses, más seis meses de seguimiento se realizó exámenes que comprobaron la cura. “Hace cuatro años que no toma medicamentos y nunca más ha vuelto a tener convulsiones. Se desenvuelve muy bien en la escuela y fuera de ella, aprendió a leer y escribir, aprendió a nadar y forma parte del FTU (Fuerza Teen Universal). Gracias a Dios no hay rastro de la enfermedad”, concluye Aline.