La fe sin emoción es el único instrumento para rescatar el alma. Sabiendo eso, el mal ha invertido mucho para desviar su atención hacia el “amor-pasión”.
Ese tipo de amor libre y sensacional atrae a los “movidos por la emoción”, porque en nombre de él, todo es válido. Hombre con hombre, mujer con mujer, anciano con joven, amor al dinero, al mundo, a su gloria y demás…
El mal sustenta ese sentimiento entre las personas, con el objetivo, no solo de llevarlas a tener un matrimonio infernal, sino sobre todo producir por medio de ellas a criaturas rebeldes y potencialmente generadoras de otras tantas problemáticas. Resultado: caos social.
Mientras exista el “amor-pasión” al dinero la desgracia no es menor, este ha sido el responsable de todas las injusticias sociales. La preocupación del rico es poseer más y más, aunque eso cueste la muerte de los hambrientos y la desgracia de los menos favorecidos.
Realmente, el dinero proporciona una sensación de seguridad y poder, el cual hace que sus víctimas se olviden del futuro de sus almas, rindiéndose a esta pasión y despreciando la fe.
La fuerza de ese “amor” ha desviado la tenue fe de la mayoría de las personas, inclusive de aquellos que dicen tener una vida con Dios. El dinero, en sí no es malo, pero el amor a él, ¡sí lo es! No podemos amar a Dios y al dinero, a Dios y a nuestras pasiones, así como no es posible amar a dos mujeres o a dos hombres al mismo tiempo, tampoco la fe sobrenatural acepta de ninguna forma compartir.
«La Palabra de Dios dice: «Ninguno puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas…» Mateo 6: 24.
Decida a quién quiere servir y de su decisión dependerá el futuro de su alma.