Era muy activa, pero de repente comencé a sentir agotamiento. Pensaba que era algo normal con el paso de la edad, pero luego me di cuenta de que no lo era. Además del cansancio, comencé a perder el apetito. Traté de averiguar qué era lo que me estaba pasando y recurrí a los profesionales, los cuales no encontraban nada fuera de lo normal. Seguí buscando con otros especialistas y luego de seis meses supe lo que me estaba pasando. Tenía cáncer de tiroides.
El cáncer y la depresión me llevaron al fondo del pozo. La ciencia decía que no había cura para mi caso, que mi esperanza de vida era de cinco años. Ya no me importaba nada. Para mí no tenía sentido seguir viviendo.
Pero conocí la iglesia Universal, sabía que tenía que volver a mi Fe, para buscar mi sanidad. Entonces, encontré la fuerza para empezar de nuevo. Participando los martes, todo empezó a normalizarse de forma sorprendente. Hoy mi salud está restaurada.