Después de estos sucesos, la palabra del Señor vino a Abrám en una visión. Le dijo: «No temas, Abrám. Yo soy tu escudo, y tu galardón será muy grande»” (Génesis 15: 1).
Cuando Dios habló aquello con Abrám, fue porque él (Abrám) estaba pasando una dificultad.
¿Por qué Dios se apareció para Abrám en aquel momento? La respuesta es muy sencilla, si usted comienza a indagar la vida de Abrám podrá darse cuenta que él mantuvo su comunión con Dios, era considerado un hombre justo y andaba conforme a la voluntad de Dios.
La Biblia relata que cuando Lot y su familia fueron injusticiados Abrám preparó 318 hombres para poder vencer a 4 reyes con sus respectivos ejércitos.
¿Cómo pudo Abraham, nuestro padre en la Fe, vencer cuatro poderosos ejércitos, cuatro reyes que ya habían vencido a otros cinco reyes, sin siquiera tener un ejército? Abrám sólo tenía 318 hombres nacidos en su casa, pero que tenían el mismo espíritu que él, un espíritu fuerte, es decir, tenían a Dios dentro de ellos. Y fue exactamente con los 318 que Abrám venció a los cuatro reyes con sus ejércitos.
El galardón al que se refería al final del versículo era el Espíritu Santo habitando en su interior. Dios quiere ser todo en su vida, siempre y cuando usted se entregue por completo a Él. Hoy en día muchas son las personas que viven preocupadas por los distintos fenómenos que están ocurriendo como son las enfermedades, crisis a nivel mundial, delincuencia, vicios, etc… Las mismas viven desesperadas porque no tienen a Dios en sus vidas y consecuentemente se dejan abatir por las situaciones que pasan. Si usted quiere conquistar lo que Dios ha prometido, si quiere sacar del papel todas las promesas, ¿cuál es el secreto? Entregarse por completo y no perder la confianza en Dios.
Cuando usted se entrega por completo y anda en los caminos de justicia, siendo fiel a Dios, Él consecuentemente no negará Su Santo Espíritu para quien verdaderamente lo quiere.
Es un querer ardiente, por encima de cualquier otro sueño o deseo del corazón. Más que vivir, casarse, conquistar, en fin, más que todo lo que las personas o este mundo pueden ofrecer. Por eso, el Señor impone la condición de tener sed. Es necesario tener sed, una sed agobiante. “Si alguno tiene sed venga a mí y beba”. (Juan 7:37).