Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Mateo 4:17
El Señor Jesús vino a este mundo para rescatar al ser humano. Quien lo acepte y se someta a Él, se volverá hijo de Dios, un hijo que lo honrará de hecho y de verdad. Sin embargo, no es suficiente apenas que el Señor Jesús haya muerto por todos, es necesario que la persona crea en Él.
Cuando Juan el Bautista preparó el camino para la venida de Jesucristo, él ya predicaba el arrepentimiento y decía a todos: “… Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Mateo 3:2. Es decir, Juan estaba en el desierto y las personas que se arrepentían iban hasta él para bautizarse en las aguas. Eso quiere decir que, quien desee establecer su vida con Dios, también necesita atravesar el desierto de abandonar el pecado, alejarse de aquello que es incorrecto, etc., para bautizarse en las aguas.
“QUIEN ES SEPULTADO EN LAS AGUAS, POR MEDIO DEL BAUTISMO, PASA A ODIAR EL PECADO Y, DEBIDO A ESO RECIBE UNA NUEVA VIDA”.
El acto de bautizarse en las aguas es simple, pero ¿qué cambia en una persona que pasa por el bautismo? El bautismo en las aguas representa el sepultamiento de la vieja criatura, para ello, la persona debe estar arrepentida de todos los pecados. Este bautismo es tan importante como el bautismo con el Espíritu Santo.
El arrepentimiento no es un simple remordimiento, pues este sentimiento desaparece y podría llevar a la persona a errar de nuevo, sin embargo, el arrepentimiento es el abandono definitivo del pecado.
Eso quiere decir que la persona nunca más vuelve a pensar en todo lo malo que hizo como algo que pueda volver a repetir. Si la persona se bautiza arrepentida, sus pecados quedarán sepultados en las aguas y seguido de eso, ella recibirá una nueva naturaleza, pasando a vivir una vida nueva.
Cuando el bautismo en las aguas tiene efecto, la persona pasa a odiar el pecado. Literalmente ella muere para el mundo y nunca más querrá entrar en el círculo vicioso de volver a pecar.