Son alteraciones que afectan la estructura y función de los riñones. Estos órganos son los responsables de filtrar la sangre y eliminar los desechos y el exceso de agua del cuerpo. La enfermedad renal crónica reduce esta capacidad.
Síntomas: generalmente, suelen ser asintomáticos, pero pueden derivar en otras enfermedades, como la anemia.
Factores de riesgo: diabetes, hipertensión, obesidad, antecedentes de problemas circulatorios y tabaquismo.
Diagnóstico: las funciones renales pueden ser analizadas con exámenes de orina y de riñón.
Tratamiento: Existe una escala de siete fases que mide el deterioro de la función renal. En las primeras cuatro etapas se adoptan tratamientos conservadores para controlar los factores de riesgo y, en casos avanzados, se prepara al paciente para iniciativas más agresivas como; hemodiálisis e incluso trasplante renal.
SI SALÍA DEL COMA, NO PODRÍA OÍR, VER NI CAMINAR…
Acudí al hospital con mi esposo, porque el catéter femoral que usaba para realizarme hemodiálisis estaba suelto. Estuve seis días sin realizarme este procedimiento, por lo que fui llevada directamente a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
Me realizaba hemodiálisis para controlar un problema renal, producto de varias infecciones que tuve a lo largo de mi vida. A los 19 años, los médicos descubrieron que tenía un problema en los riñones; uno ya no funcionaba y el otro sólo tenía una función del 4%. Por lo que tuve que someterme a un trasplante de riñón. Como no se hizo el procedimiento, empeoré aún más. La fe era la única opción para mi esposo, él ya participaba de las reuniones de sanidad en la Iglesia.
Mi recuperación fue difícil, al principio no caminaba. Los médicos me llamaron un ‘milagro’. Hoy estoy sana; la fe era indispensable para curarme, Dios hizo posible que volviera a vivir normalmente.