(…) Pesaba 50 kilos… El peligro era tan grande que podía ahogarme con mi propia saliva porque no tenía control muscular…
El licenciado en gestión de producción Éder Nóbrega, cuenta que es parte de una familia que no tenía una creencia definida: “Mis familiares frecuentaban a varias religiones. Sólo entré en contacto con la fe cristiana después de casarme. El tío de mi esposa es Obrero y siempre me invitaba a conocer la Iglesia Universal. Mi esposa siempre iba, pero yo me quedaba en casa. Una vez me dijo ‘vamos’ y acepté”.
Éder cuenta que todo iba bien hasta que, una noche se sintió diferente: “Empecé a sentirme muy cansado. Pensé que era estrés porque estaba a punto de ascender en el trabajo y asumir toda un área importante. Trabajaba 12 horas diarias lo que empeoró mi condición”.
Después de varias pruebas, Éder descubrió que tenía miastenia grave: “Es una enfermedad degenerativa autoinmune. Afecta primero a los músculos de la cara y luego al resto del cuerpo. No podía hablar, comer o caminar. El doctor dijo que no había cura, sólo tratamiento. El mismo día que me estaban haciendo la resonancia magnética para conrmar el diagnóstico, mi esposa tuvo un aborto espontáneo y perdió al bebé. A partir de ahí inicié un camino de constantes hospitalizaciones. Estuve 17 veces en UCI (Unidad de Cuidados Intensivos)”.
Perdió peso rápidamente y tuvo que ser alimentado por vía intravenosa. “Pesaba 50 kilos. Tenía la lengua pesada y mi boca producía mucha saliva, no podía escupirla ni tragarla. El peligro era tan grande que podía ahogarme con mi propia saliva porque no tenía control muscular. Mi cara se veía como alguien que tiene derrame cerebral.
El médico llamó a mi esposa y le dijo que dependería completamente de ella. Después de eso, me dieron de alta y me fui a casa. Empecé a perseverar los martes a favor de mi sanidad; y fue ahí que mi cura empezó. Esa fe, esa certeza, entró en mí, comencé a enfocarme en el Altar y todo cambió. Después de un tiempo, comencé a ir solo a la iglesia y al médico. Antes iba acompañado de alguien y en silla de ruedas. Luego empecé a caminar. También hice más pruebas y mi problema se había estabilizado”.
Sin embargo, la mayor sorpresa fue cuando Éder acudió al oncólogo que llevaba su caso: “cuando entré a la habitación, se levantó y me dijo: ‘¿qué hiciste?’, en 30 años de profesión nunca habían visto un caso como el mío. Me tomaron sangre para investigar y me hicieron varias preguntas. Dije: ‘Yo no hice nada’. Acabo de recibir lo que Dios me envió. Acepté la Palabra. Sólo eso. Cuando pones tu fuerza en la Palabra, no te puedes equivocar”, concluye.
>>Éder Nóbrega