Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.Mateo 5:3
Todos los días el gallo cantaba muy temprano, y enseguida aparecía el sol. Él pasaba el día entero orgulloso, alabándose en el gallinero, con aire de superioridad en el pecho por la potencia de su canto. Un día, muy cansado, se quedó dormido, y cuando se despertó el sol ya estaba allí, brillando con toda su pujanza.
¡Pobre gallo! Cayó en una depresión tremenda, pues descubrió que él no era el autor de esa maravilla.
No fue sin un propósito que el Señor Jesús comenzó el sermón del monte llamando a que nadie quitara los pies de la tierra, a que no volara en las nubes, pensando que es más importante que los demás solo porque hace algo diferente que los otros, aunque el resultado de su trabajo, a los ojos humanos, sea extraordinario.
Cuando los 70 enviados por el Señor Jesús regresaron, estaban maravillados, pues los enfermos eran curados y los demonios eran expulsados, pero fueron advertidos para que se alegraran con su nombre escrito en los cielos.
Tenemos que tener mucho cuidado para que no perdamos la noción de nuestro tamaño. Pues cuando comenzamos a buscar el reconocimiento de nuestro trabajo, puede incluso pasar que este venga, pero si algún día eso sucede, o deja de suceder, la tristeza puede ser tan profunda que el vacío será inevitable.
Piense en esto: si quitamos el Nombre de Jesús, la Palabra de Dios y Su Espíritu, ¿qué restará de nuestras conquistas?