En muchas ocasiones va a suceder, usted se va a dar cuenta, que justamente cuando está educando entenderá que también necesita algunos ajustes.
En esos momentos usted hasta termina la frase “y comenzó” intenta poner su autoridad, o sino recure a la amenaza diciendo: “me respetas que soy tu madre” (No es ninguna novedad, porque eso ellos ya los saben…), sin embargo queda aquella pulguita picándote atrás de la oreja.
Puede ver la escena: usted está en la cocina, escucha un alboroto en la sala, decide gritar a todo pulmón diciendo: “¡Para de gritar niño!”
Reconocemos que criar nuestros hijos no es una tarea simple, pero vamos a cambiar el objetivo, y mirar el ejemplo de quien entiende el asunto.
Usted ya escuchó y ya leyó cuando Jesús vivió en este mundo, debió haberse dado cuenta que Él no perdió su tiempo, ni su objetivo.
Por los relatos que tenemos, en todos los momentos El enseñaba. El también atendía las necesidades de las personas, en algunas ocasiones El educaba, en que lugar se debe sentar, y pagar los impuestos, y a no usar la violencia, a compartir, etc.
De ahí usted puede perfectamente deducir que es lo más importante, la prioridad, la parte buena.
Existe una gran diferencia muy grande entre enseñar y educar. Puedo hacer de la educación que recibo un habito, una costumbre, sin embargo, cuando aprendo algo, fue porque yo pensé, entendí la importancia y tome la decisión de aquella enseñanza y hago la hago parte de mi. Algo cambia dentro de mi, entonces yo lo practicó.
Quien educa puede ser entrenado para eso, pero para enseñar algo, yo tengo que vivirlo, de ahí usted entiende porque todos los que no creían en Jesús lo reconocían como Maestro.
¿Cómo madre, a que usted le dedica más tiempo? Recuerde que es lo que va hacer que el niño permanezca en el Camino y es lo que ella aprendió.