Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el Altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, Santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Apocalipsis 6:9-10
La indignación es el combustible de la fe que trae respuestas. Sin ella no hay cambios, no hay milagros, no hay manifestación del poder de Dios. Solo cuando hay indignación es que los cielos se mueven a nuestro favor, pues ella nos lleva al desafío, al todo o nada, a vida o muerte.
Dios no Se manifiesta mientras haya pasividad, resignación, conformismo. Fe sin indignación es lo mismo que comida sin sal, es sol sin luz, noche sin estrellas.
Esas almas que estaban debajo del Trono son los salvos, sin embargo estaban indignadas, cansadas de esperar, pues quien es realmente salvo, no acepta el fracaso, la vergüenza. Aquellos que están salvos quieren ver la Justicia Divina, y por eso no solo clamaban, sino que levantaban un gran grito. Ellas querían justicia, ya no aceptaban estar esperando.
¿Hasta cuándo? Esa es la pregunta que nosotros que servimos a Dios tenemos que hacer, pues, ¿a quién realmente servimos? Si es a ese Dios Altísimo, entonces, ¿dónde están Sus maravillas, Sus hechos gloriosos? ¿Hasta cuándo tendremos que esperar? ¿Hasta cuándo nuestra sangre y dolores no serán juzgados?
Nadie va a cambiar de vida ni su situación porque es bueno, porque es pastor, obrero, miembro de una iglesia, ¡¡¡no!!! El cambio solo viene cuando existe una indignación verdadera, aquella que me lleva al Trono del Todopoderoso y me hace derramar sangre, sacrificio, para requerir y exigir un cambio.