No es una broma, ni un chiste. La Copa es nuestra. Piénselo bien: Durante cuarenta días estuvimos en ayuno de informaciones seculares. Por consecuencia, no nos zambullimos en el mundial y no sufrimos como los demás hinchas brasileños. No sentimos dolor en el corazón; no llegamos al punto de querer arrancarnos el cabello. No roímos nuestras uñas, no nos desesperamos, no nos afligimos, no nos atribulamos, no nos angustiamos, no nos estresamos, no nos inquietamos, no nos desilusionamos…
No perdimos nuestro precioso tiempo hinchando por una victoria que no vino. Y no estamos ahora cazando culpables o buscando premios consuelo para intentar amenizar algún dolor. No sufrimos la angustia, no atravesamos ninguna pesadilla, no tuvimos los sueños despedazados. No gastamos nuestro dinero con entradas, banderas y objetos verdes y amarillos que ahora están encallados en las tiendas y olvidados en los cajones. No nos despertamos con resaca al día siguiente.
No nos peleamos con nadie, no discutimos con nadie, no nos enojamos con nadie, no perdimos amigos, no perdimos nuestro precioso tiempo hinchando para nada. No tiramos nuestras semanas a la basura. En realidad, solo hay un grupo de perdedores. Los jugadores de la selección no perdieron, pues continúan con sus altos salarios. Los medios de comunicación no perdieron, pues cobraron por la publicidad que vendieron. Los anunciantes no perdieron, pues recuperaron sus gastos. El gobierno tampoco perdió, así como la FIFA y la CBF, que ganaron dinero y elogios. Solo quien perdió fue quien hinchó, gastando su grito, su emoción y su tiempo en algo que no le dio ninguna recompensa.
Sin embargo, nadie ganó más que nosotros. Aprovechamos semanas maravillosas de paz, de crecimiento espiritual y personal, de acercamiento mayor a Dios, de tranquilidad, de fe renovada y de expectativa de cosas extraordinarias. Llegamos al final de estos 40 días cosechando los frutos de lo que sembramos durante estas semanas: Paz, alegría y un entusiasmo creciente. Mientras el país hervía de emociones contradictorias, nosotros nadábamos en las aguas tranquilas del equilibrio.
Terminamos los 40 días del Ayuno de Jesús con una profunda alegría y gratitud. No hay en nosotros tristeza o frustración. ¡Al contrario! Todo lo que planeamos para estos días sucedió, y además ganamos la certeza de que, de ahora en adelante, alcanzaremos cosas mucho mayores de lo que jamás pudimos imaginarnos.
Ganamos mucho. Ganamos paz. Ganamos fuerzas. Ganamos disposición. Ganamos energía. Ganamos la certeza de la realización de nuestros proyectos. Escogimos la buena parte. Concluimos estos cuarenta días realizando nuestros sueños, coronando nuestra alegría con los días extraordinarios que estamos viviendo ahora, con la inauguración del Templo de Salomón. No gastamos nuestro tiempo y nuestro dinero en cosas que se terminaron tan rápido como comenzaron; en alegrías que desaparecen como espuma. Invertimos nuestro tiempo y nuestros recursos en alegrías que duran para siempre. Trabajando por una victoria que nadie nunca podrá quitarnos: la salvación de nuestra alma. Quien invierte en esto, nunca pierde. Solo gana. Eternamente.