Conocí a un muchacho que en su adolescencia contrajo el virus VIH. Después de un tiempo, al llegar a la iglesia y al hacer uso de la fe (que es la certeza), quedó completamente curado. Se convirtió en miembro, obrero y después pastor. Conoció a una joven obrera, se casaron y de esa relación nació una niña.
Él fue a trabajar a una ciudad del interior de San Pablo, ejerciendo su función pastoral. Un bello día, volvía de un programa de radio él con un compañero más de trabajo. Su compañero manejaba, mientras él estaba en el asiento del acompañante. Al parar en el semáforo, golpeó en el vidrio del conductor un muchacho pidiendo ayuda, diciendo ser seropositivo y que necesitaba conseguir dinero para comprar el cóctel. Enseguida, nuestro pastor que manejaba el auto le indicó una Iglesia Universal del Reino de Dios que existía muy cerca de allí. Ese muchacho miró firmemente a nuestro pastor que estaba en el volante y exclamó: "Tú no tienes SIDA, ¡pero tú la tienes!", apuntando con el dedo al que estaba de acompañante.
Después de esa voz de duda, que venía de una persona totalmente desconocida, ese que era un ex enfermo de SIDA y que poseía un testimonio fortísimo, después de 3 días de lo ocurrido, pasó a presentar serios síntomas. Su cabello comenzó a caerse, sus uñas se debilitaron, su piel comenzó a descamarse, además de los vómitos y de la pérdida de los sentidos, al punto de necesitar ser socorrido deprisa al hospital más cercano.
Conclusión: Pocos meses después, él murió. Dejó a su esposa e hija, de aproximadamente 6 años, que dígase de paso era una niña linda, ambas saludables. Entendemos con todo esto cuánto prevaleció la palabra de duda en la vida de él.