“Sustentar” es un verbo con innumerables significados. Algunos de ellos, según el diccionario son: cargar; mantener el equilibrio de algo o alguien; evitar la caída; dar lo necesario para la vida; mantener elevado, digo, honrado; instruir, edificar; mantener firme, sin flaquear, fortalecer, dar coraje, impedir la ruina, auxiliar, proteger, socorrer, defender…
En esos momentos en los que usted se siente exhausto, con tantos problemas e injusticias quitándole la paz, todo lo que quiere es a alguien que pueda sustentarlo en el medio de la tempestad. Alguien que lo ayude, lo proteja, lo defienda, le dé coraje, lo fortalezca y lo mantenga honrado. Necesitamos a Alguien que nos ayude a mantener el equilibrio y evite nuestra caída.
Cuando usted reconoce su fragilidad, reconoce que su naturaleza lo lleva a equivocarse, a caer con facilidad, sabe que no puede sustentarse solo. Para mantenernos firmes es necesario que seamos sustentados por Quien es más fuerte que nosotros. Dios promete en Su Palabra que Él mismo nos sustentará. Ningún ser humano sería capaz de darnos tamaña seguridad.
Leyendo la Biblia Almeida Corregida Fiel, la traducción que se acerca más al original, entendí lo que es necesario para alcanzar este sustento:
No temas, porque Yo soy contigo; no te asombres, porque Yo soy tu Dios, Yo te fortalezco, y te ayudo, y te sustento con la diestra de Mi justicia. Isaías 41:10
¡Mire nada más con qué Dios promete sustentarnos! La traducción Fiel me hizo entender la profundidad de este versículo. En la versión bíblica tradicional está “y te sustento con Mi diestra fiel”. Piense bien, “diestra fiel” es completamente diferente de “diestra de Mi justicia”. En la “diestra fiel” usted cuenta con la fidelidad de Dios y queda allí, parado, esperando ser sustentado, sin necesitar hacer nada, a fin de cuentas, Dios es fiel. Pero la “diestra de Mi justicia” exige que andemos en Su justicia.
El primer paso es ser suficientemente humilde para asumir la responsabilidad sobre sus pecados. Mientras usted continúe culpando a los demás por lo que le sucede, no va a lograr ver que ha andado en la injusticia y, consecuentemente, no va a cambiar de rumbo y andar en la justicia. Y, sin andar en la justicia, ¿cómo exigir la Justicia de Dios?
La Justicia de Dios solo es algo bueno para quien anda en la justicia. ¿Quién sería loco de pedir la Justicia de Dios y continuar andando en la injusticia? Si un ladrón va hasta el juez a pedir justicia, ¿qué le sucede? La Justicia de Dios solo puede sustentar al justo. Sin embargo, al contrario de lo que muchos piensan, el justo no es necesariamente el buenito, mucho menos el religioso.
Alguien que cometió delitos y errores graves toda la vida y que, con sinceridad, decide hacer un pacto con Dios y darle la espalda a la vida incorrecta, pasando a vivir de acuerdo con lo que Dios orienta, se vuelve justo delante de Él. Por otro lado, el religioso, la mayoría de las veces, es quien más vive en la injusticia. Se cree más correcto que los demás, se llena la boca para decir que es diezmista, ofrendante, que ora, que ayuna, que lee la Biblia, que va a la iglesia, que evangeliza, que hace esto y aquello… pero también se llena la boca para hablar mal de los demás, mira con malos ojos, guarda rencor y se deja guiar por el corazón. Ese anda en la injusticia y — peor — no logra darse cuenta. Espera que la diestra de la Justicia de Dios lo sustente, pero no tiene idea de lo que está pidiendo. Para esos, les resta seguir el consejo de la Palabra de Dios, mientras hay tiempo.
Rasgad vuestro corazón, y no vuestras vestiduras, y convertíos al Señor vuestro Dios, porque Él es misericordioso, y compasivo, y tardo para airarse, y grande en benignidad, y se arrepiente del mal Joel 2:13
La fe no tiene que ver con rituales religiosos, con cambio de hábitos o cosas que podamos mostrar del lado de afuera. La fe tiene que ver con nuestros pensamientos y reacciones. La fe es definida por la obediencia a la Palabra de Dios.
Nuestros pensamientos, acciones y reacciones deben estar de acuerdo con lo que Dios nos dice que deben ser. Si Él nos manda a perdonar, perdonamos. Si nos manda a tener buenos ojos, nos esforzamos para tener buenos ojos. Si Él nos manda a sacrificar nuestra voluntad, sacrificamos nuestra voluntad. Si Él nos manda a rasgar nuestro corazón, y no nuestras vestiduras, dejamos de preocuparnos por lo que estamos haciendo del lado de afuera para darle atención a quienes somos del lado de adentro. Una mirada honesta hacia adentro de nosotros y un cambio sincero en el rumbo de nuestros pensamientos y de nuestra alma.
Es sacrificio. Mucho más sacrificio que poner dinero en el Altar. Duele, pues nos ponemos en un lugar muy incómodo en el que asumimos nuestra fragilidad, nuestra podredumbre, nuestras debilidades y nuestra injusticia y buscamos la misericordia de Dios y Su benignidad. Duele admitir que no somos quien nos gustaría ser, pero es la única manera de que la diestra de Su Justicia nos sustente en vez de que seamos destruidos.
Sin aquello que nos sustenta — la diestra de la Justicia de Dios — no hay equilibrio, no hay cómo mantener la vida, la persona se debilita, se hace frágil aún más y la caída es inevitable. Sin el sustento, nada se mantiene de pie.